jueves, 17 de octubre de 2013

LA MUERTE Y EL CREYENTE PARTE 3

LA MUERTE Y EL CREYENTE                   TERCERA PARTE     
Como está formado el hombre.                                                                                                                
     El ser humano está compuesto de una Tríada (que es un conjunto de tres elementos especialmente vinculados entre sí). O sea que estamos compuestos por un espíritu, un alma y un cuerpo. En la anterior explicación de la muerte física se mencionó que él fue formado de los elementos de la tierra: “Dios formó  al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un alma viviente”. Génesis 2.7. Analizando este escrito podríamos decir que el polvo es el elemento representativo del cuerpo humano, el soplo de vida el de su espíritu y con eso llego a ser un alma viviente.    

 Al hombre morir, según lo describe la palabra de Dios, se descompone ese vínculo que lo tiene unido. Luego cada uno de los tres elementos tienen un destino diferente, según lo revela de la siguiente manera: El cuerpo  como ya hemos visto, vuelve al polvo (siendo en su mayoría sepultados) de donde fue tomado. Luego ese aliento de vida, o ese espíritu que Dios sopló en el hombre, vuelve a Dios que lo dio. Así lo enseña en el libro de Eclesiastés 12.7 que dice: “y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio”.

 Lo que queda de esa “tríada” es el alma, la cual tuvo dos caminos, por el cual  transitar en el tiempo de su peregrinación por este mundo. Uno es el de la vida que conduce a Dios, “a la ciudad Vida”  y otro el que conduce a la muerte eterna. Así Dios le presentó estos dos caminos a su pueblo, según lo revela en su palabra, aconsejando por supuesto que tomara el de la vida. Así lo dice en Deuteronomio  30.15: “Mira, yo he puesto delante de ti hoy  la vida y  el bien, la muerte y  el mal”.

Tomando en cuenta este mismo consejo, que Dios le dio al pueblo de Israel en su tiempo, y para nosotros hoy; Resta de parte de cada uno, por cual camino transitar en esta vida. Dios llama a la puerta del corazón del hombre, si este le abre y le invita, vivirá con Él eternamente. Si rechaza la oferta de Dios por medio de Jesucristo, por buscar otros amparos inútiles tendrá su castigo como dice en Ezequiel 18.4: ”He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así  el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá”.

En Apocalipsis 14.11 el Espíritu le revela a Juan como será ese castigo diciendo: “y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche”. El peso de la ira de Dios caerá sobre  todos los que amaron más las cosas de este mundo efímero y  perecedero, que la fuente de gozo y vida eterna que Jesús le podía proporcionar al alma en el futuro.

El amor de Dios hacia el hombre.                                                                                                  Durante toda su vida, y en cualquiera de esos períodos Dios siempre le ha ofrecido al hombre un medio de salvación, una esperanza para restablecer esa relación que fue interrumpida por el pecado; tanto para su alma como para su cuerpo. No nos detendremos en analizar cómo Dios le habló, o le ofreció la salvación en otras dispensaciones; solo dedicaremos este tema, al tiempo en el cual estamos viviendo.

El período en el cual estamos viviendo es el de la gracia, esta palabra  se podría interpretar, como la oportunidad de ser indultado y reconciliado con Dios. Este indulto no es concedido de una manera automática, (como vimos en el ejemplo de la analogía de la ciudad vida) sino a todos los que acuden a Dios buscando justicia y perdón;  como dice en Isa 55.1 “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed”. Esta gracia está al alcance de todos con solo creer en el sacrificio de Jesús, y lo que nos enseña su palabra.

Dios nos indica cual es el medio con el cual le habla hoy al hombre. En Hebreos 1.1 dice: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo y por quien asimismo hizo el universo”. Por supuesto que lo que Jesucristo dijo, y lo que nos ha dejado lo encontramos en la Biblia, que es la palabra y voluntad de Dios para el hombre en los tiempos actuales.                   

Un acto de fe, una petición a Dios.                                                                                                      Como ya  se dijo, durante su permanencia en este mundo, de una u otra manera el hombre es informado, que a parte de su cuerpo que es tangible, también tiene un alma. Y Dios en su amor, ha provisto con la muerte de Jesucristo, el medio para salvar su alma con solamente creer y confesárselo verbalmente a Él.
Así lo enseña la palabra de Dios  en Romanos 10.9-10 que dice:”Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor  y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo, porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”. Este es todo lo que Dios requiere del hombre; ya no tiene que traer un cordero para sacrificarlo, hacer votos o promesas, afligir su cuerpo, como suelen hacer algunos  o hacían en otras épocas. Ahora todo ha cambiado para nosotros, basta con solo depositar nuestra confianza en Jesucristo.

Juan 6.35 “Jesús  les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”. Apocalipsis 3.20  “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”.

Ya No estamos sujetos a cumplir todo el ritual establecido en la ley, porque Jesucristo la cumplió por nosotros, y nos libró para siempre de esa maldición, y de la muerte. Como dice en Deuteronomio 27.26 “Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas”.

Todo el que cree, tendrá un cuerpo de gloria.                                                                                      En lo que concierne al cuerpo, el cual después de un período en este mundo perece con la muerte, Jesucristo ha provisto de igual manera para resucitarlo de entre los muertos. Así  lo enseñó diciendo en  Juan 11.25  “Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Como también en Juan 6.40 dice: Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”.

Como se puede apreciar  de la anterior explicación, no es como algunos piensan que Dios nos puso en este mundo y nos abandonó. Él ha provisto una restauración completa para todos los que creen en Él; como también que Él no es un mito, o una leyenda, sino que vive para cumplir todo lo que ha prometido. Solo requiere del hombre su fe y creer que realmente existe. Como dice en  Hebreos  11.6  “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”.
Dios requiere de nosotros una confianza plena en Él, una  fe desinteresada, quiere ser amado por el hombre, porque somos obra de sus manos y nos ama profundamente a tal punto que dio su vida por nosotros. Él podría mostrarnos anticipadamente todas las cosas que tiene preparadas para los que le aman, en esa dimensión desconocida para  nosotros; y seguro estoy que por nuestra manera de ser, y por el interés, todos  le amarían  y creerían en Él. Pero esa no es la manera  como Dios quiere las cosas; Él quiere que se le ame por lo que él es, por ser nuestro hacedor, y por lo que hizo para salvarnos.

¿Cómo se sentiría uno, si alguien estuviera a su lado diciéndole que le ama, pero que ese amor sería por el interés de su fama, posición, o de sus riquezas? Dios requiere de nosotros un amor desinteresado, le amamos porque Él nos amó primero y merece ser amado. Un amor sincero, creyendo firmemente que él existe aún  sin verle,  y que es galardonador de los que le  buscan.

Así dice en 1 Corintios  2.9 “Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman”.  Como también le dijo Jesús a Tomás en Juan 20.29: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron. Dios no admite que se dude de él, sea por toda la maravillosa creación que nos circunda, como por ser su obra maestra.

El día de la muerte.                                                                                                            La muerte la debemos aceptar resignadamente, porque sabemos que es algo ineludible, que ha venido ocurriendo desde los albores de la raza humana; ni la ciencia con todo su avance la ha podido frenar o combatirla. Sabemos que la muerte seguirá todavía por un tiempo dominando en esta vida, hasta que tanto ella como el Hades (que es el reservorio de sus víctimas), sean destruidos por Dios. Como dice en Apocalipsis 20.14 “Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda”.

Mientras esto no acontezca, hay una ley decretada en la palabra de Dios que no puede ser abrogada, en Hebreos 9.27 dice: Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio. Debido a que esta ley no puede ser cambiada, solo nos queda conocer algo más de lo que la palabra de Dios nos revela y lo que  acontece después de la muerte.
El hecho que nadie ha regresado del más allá, para contar y poder darnos una exacta información de los misterios que envuelve esa dimensión, es la razón por la cual muchos tratan de evitar hablar de ella. Evitan abordar el tema, o de pensar sobre el problema de la muerte y el destino del hombre. Sin embargo, decir que nadie ha regresado de esa desconocida dimensión, también es una falacia, porque tenemos relatos de  por lo menos tres, que tuvieron esa experiencia, por la soberana voluntad de Dios que murieron y luego regresaron a este mundo.     
                      
Uno de los cuales es Jesucristo, el cual ya no puede volver a  morir, su regreso es por la eternidad. A  pesar de eso, muchos no creen en Él y muy pocos se interesan y le hacen caso a sus escritos y enseñanzas.

Los  otros dos, solo resucitaron por un breve período de tiempo a este sistema de vida,  por  la expresa voluntad de Dios que son Jonás y Lázaro. Por supuesto que luego volvieron a morir; ellos hubieran podido contarnos algo de ese lugar, y es probable que lo hicieron, pero no hay,  o no quedaron relatos escritos, ni testimonios verbales que pudieran informarnos al respeto. De Jonás la palabra dice:”que desde el Seol (o Hades  que es el lugar de los muertos) él clamó y Dios oyó su voz” (Jonás  2.19) esto denota que estuvo en ese lugar.

 Algunos piensan que Jonás se mantuvo vivo en el vientre del pez, como el famoso personaje “Geppetto del cuento de las aventuras de Pinocho de C. Collodi”, que vivía en el vientre de un pez. No, Jonás  murió y Dios lo resucitó, y lo acontecido con él sería usado con el pasar de tiempo por Jesucristo, como un tipo de su muerte y resurrección. De Lázaro sabemos que su cuerpo estuvo muerto por cuatro días, seguramente su alma como la de Jonás, aunque no tenemos información, también estuvo en el Seol. Pero como se dijo no tenemos información alguna de sus relatos.

  Sin embargo, esta es una experiencia que está reservada para cada viviente de este mundo. Unos primero otros después la muerte tiene su tiempo para llegar a cada uno. Puede tardar, pero podemos estar seguros que ella vendrá al tiempo establecido. 

La realidad de los que ya se fueron.                                                                                                           Posiblemente no nos hemos detenido suficientemente a pensar, que muchos de los que hemos conocido ya no se encuentran con nosotros, porque ya emprendieron ese viaje al más allá. ¿Qué es lo que  viene a nuestra mente, desaparecieron para siempre? No, todos ellos están en ese mundo espiritual donde nos espera a cada uno. La muerte no respeta edad, sexo, rango o posición económica; le llega al rey, como al plebeyo. Cuando llega nadie puede negociar con ella.

Haciendo luego una comparación, con los años que vivieron nuestros primeros padres, que llegaron a vivir casi mil años: se podría decir que la vida hoy día es corta, la muerte es una realidad, y la eternidad no termina nunca. Razón por la cual todo ser humano  debería interesarse más por su alma que es imperecedera, que por su cuerpo que tiene una vida relativamente corta; aunque no hay que descuidarlo para vivir de una manera saludable y libre de problemas.

Al llegar a una cierta edad, los jóvenes  comienzan a soñar, tener grandes esperanzas y ambiciones por lo que la vida les puede ofrecer. Se comienza trazar metas de estudio, una familia, una casa, un auto, y nadie piensa o se prepara para el momento de la muerte y el encuentro con nuestro creador.

No que debamos prepararnos para ese día o momento específico, en que tenemos que despedirnos de este mundo, ya que es algo impredecible e inevitable; sino cuidar lo que concierne al destino del alma que en el preciso momento de la muerte, se determina de manera automática su destino final.

Seguramente cuando se hacen planes para el futuro, casi nunca se toma en cuenta nuestra permanencia  en este mundo, como tampoco  se considera el destino del alma en esos planes. Siendo  el tiempo de vida que tenemos aquí, la oportunidad que se nos concede para buscar  la presencia de Aquel que nos dio la vida. Seguramente el apóstol Santiago viendo como actuaban algunos creyente les advierte en Santiago 4.13-15 diciendo: “¡Vamos ahora!, los que decís: «Hoy y mañana iremos a tal ciudad, estaremos allá un año, negociaremos y ganaremos», 14cuando no sabéis lo que será mañana. Pues ¿qué es vuestra vida?l Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece. 15En lugar de lo cual deberíais decir: «Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello»”.

 Nunca se piensa en la  muerte, cosa que normalmente la vemos muy lejos, aunque  ella está siempre en asecho para llevarnos al momento de tener la oportunidad. Porque no tiene un parámetro fijo para podernos guiar. Pero aparte de todo lo que se pueda decir, una cosa es muy segura: que ella sella el destino final del alma.

Al llegar a ese sitio los creyentes tendremos algunas sorpresas: La primera será que comprobaremos que solamente hay dos sitios para la humanidad; uno para los redimidos  por la gracia de Dios, y otro para los que fueron rebelde al llamado divino que amaron más las cosas de este mundo que al Salvador (nada de ese tercer lugar o purgatorio). La otra sorpresa será: que al entrar al lugar de los redimidos el paraíso, se podrá ver que  muchos de los creíamos de encontrarlos allí no estaban. Como también la sorpresa de encontrar  a muchos de los que pensábamos que estarían, verlos allí junto con los redimidos en ese lugar. Por último, nos alegramos con los que lucharon hombro a hombro en este mundo siguiendo a  Jesús, como el camino la verdad y la vida.

Para muchos  morir es solo el proceso de la vida.                                                            Diariamente oímos  o leemos lo que acontece  en  países como Somalia, en el Cuerno de África, la India y otras naciones, miles están muriendo cada día de hambre, por guerras enfermedades, de cólera, en otros sitios por catástrofes, inundaciones, amenazas de guerra en varios países y todo nos parece como si eso fuera normal. Como son lugares lejanos, eso no nos impresiona mucho, o solamente nos afecta en ese momento que recibimos la noticia.

Luego cuando  muere un vecino, un conocido, un amigo, comenzamos a pensar en eso. Pero ese pesar es solo por unos días, y volvemos a la rutina, pasando todo al olvido. Donde sí se recibe una mayor conmoción, es cuando desaparece una madre, padre, hermano, hijo etc. Donde esa persona querida deja un vacío en nuestro ser; la que vimos y asistimos hasta el último momento, viendo cómo iba debilitándose, hasta despedirse por completo y para siempre, de esta vida y de nuestra presencia.
Al ver ese cuerpo inmóvil que está delante de nosotros, es cuando comenzamos a pensar: ¿qué pasó ahora con él o ella? ¿Dónde está en este momento? ¿Será verdad que su alma sigue con vida? ¿Podré cuando yo parta, reconocerlo/a,  y volverla a ver? ¿Puedo pedirle a Dios que se apiada de su alma? Estas y otras tantas preguntas o reflexiones llegan a nuestra mente, de las cuales no tenemos  una aparente respuesta; y todo escapa al razonamiento y a la experiencia. Sin embargo todas las respuestas a esas preguntas, se encuentran en los relatos y escritos que Dios le proporcionó al hombre en la Biblia.

Solamente en ella, se podrán encontrar todas las respuestas y las verdades, a todas estas incógnitas, porque son los escritos que  Dios les proporcionó a los humanos, para que allí puedan encontrar las respuestas, para todas las circunstancias de esta vida, como las que nos esperan en el futuro. Pero siempre estamos tan ocupados, cansado, o abatidos que no tenemos tiempo para leer el testamento que Dios le dejó  a la humanidad.

En algunos casos, el intenso dolor por la pérdida de un ser querido, trastorna de tal manera a la persona afectada por esa desaparición, que en el giro de unos meses llegan a ser en lo físico casi irreconocibles. Conocí una elegante y bella señora que perdió su joven esposo; el dolor y la desesperación que embargaron su vida la cambiaron totalmente.

Cuando la volví a ver después de algunos meses casi no la reconocía por lo demacrada que estaba;  y todavía el argumento de su conversación era la pérdida de su esposo. Acompañando  por supuesto su dolor con la solita pregunta, ¿Por qué me tuvo  que pasar esto a mí?

Es difícil dar una respuesta a esa pregunta, y eso sucede cuando no tenemos claro que somos como dice la palabra de Dios, igual a la flor del campo. El Salmo 103.15 dice: El hombre, como la hierba son sus días; Florece como la flor del campo, que pasó el viento por ella, y pereció, y su lugar ya no la conocerá más.

Todo termina, nada es permanente en el mundo.                                                            No  solamente el hombre está sujeto al ocaso, también pasa con todas las cosas. Hacen algunos años como 30 o 40, era un buen negocio tener un estudio fotográfico, se hacía cola  para entregar o recibir las fotos ya reveladas. ¿Pondría hoy día usted un estudio fotográfico, con todas esas cámaras digitales que hay en el mercado? Lo mismo con los abastos de víveres, el pez grande (los supermercados) se han comido los pequeños. Que diremos de los más famosos  imperios; Tenemos la historia de Asiria, Babilonia, Persia, Egipto, Grecia, Roma. Todos ellos  que un día fueron y ya no son.

Y el actual de este siglo XXI al cual se le atribuye el pseudónimo  de imperio,  por la influencia que pretende tener sobre otras naciones;  ya está en ese lento pero seguro  proceso de  decadencia. Muchos de los que viven hoy día presenciarán su inminente caída. Nada hay permanente en este mundo, solo Dios permanece para siempre. Como dijera el sabio Salomón –“todo es vanidad y aflicción  de espíritu en esta tierra”.     
                                                                                                                                                                                                                                                                                    La entrada y consecuencias del pecado.                                                                     Lo que se debería tener siempre presente en nuestra mente es: que la muerte no es el final de la vida, sino todo lo contrario y podríamos decir que es el verdadero inicio. Desatender este consejo, evitar de pensar o de instruirnos sobre este tema, es el error más grande que podamos cometer en nuestra vida terrenal. Porque la que vivimos  es solo  pasajera y limitada, pero la espiritual es eterna.

Ya hemos visto que la muerte es la consecuencia del pecado  como dice en Romanos 5.12  “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”.

Es evidente que  Adán desobedeció deliberada y voluntariamente la orden dada  por Dios, de no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. La advertencia era clara: “Porque ese día moriría”. (Génesis 2.17). Al desobedecer a parte que su alma  murió al momento espiritualmente; se efectuó un cambio impensado para él, ya que siendo hasta ese momento un súbdito de Dios, pasó a ser esclavo del pecado y de Satanás. Debido a  que demostró, de no ser una persona leal y obediente a su creador.

Por  supuesto a Dios no le quedaba otra cosa, que ejecutar el castigo prometido. Cuya sentencia la tenemos en Ezequiel  18.4 que dice: “He aquí que todas las almas son mías;  como el alma del padre, así  el alma del hijo es mía;  el alma que pecare, esa morirá”. Así que, la muerte es una consecuencia  del pecado. Ya que si no hubiera habido el pecado, tampoco hubiese existido la muerte.

Anteriormente vimos que existen, muchas teorías y opiniones  sobre la muerte y lo que le espera al alma después de esta. En su mayoría todas tienen como fin minimizar, ocultar y alejar de  la mente humana, la cruda realidad  de lo que acontecerá con el alma después de la muerte. Dependiendo esto por supuesto de la actitud asumida, durante su vida en este mundo; de haber o no buscado la reconciliación con Dios por medio de Jesucristo. De todas maneras se exhorta en creer que la única autoridad, y verdad sobre el destino del alma o lo que acontece después de la muerte (aunque  no en todos sus detalles), solamente se puede encontrar en la Biblia.

El consejo más importante que  encontramos en ella, para evitar el castigo es: El de buscar  a Jesucristo como el único mediador que puede  reconciliar el alma humana con Dios. Así está escrito en  1Timoteo 2.5 que dice: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”. De manera que de nada servirá recurrir a otros mediadores o santos para reconciliarnos con Él.

Como también lo dice en 2 Corintios 5.20  “Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”.

La parte intangible es responsable del pecado.                                                                       El alma es, esa parte intangible e imperecedera de nuestro ser; es ese yo, esa mente que mora en nosotros, que piensa, razona, y está consciente si nuestras actuaciones son buenas o malas. Es la parte espiritual  de nuestro ser, que se relaciona por medio del cuerpo con todo lo material de este mundo.

Cuando  Dios le dijo a Adán que de desobedecer su mandato moriría, no se refería específicamente a su cuerpo. Esto lo demuestra el hecho que él murió novecientos treinta años después que cometió la transgresión. Se trataba de la muerte del alma, de esa comunión que él disfrutaba con Dios antes de transgredir el mandato que había recibido. El pecado al momento creó una enemistad entre el creador y la criatura. Fue eso lo que en ese momento murió.

Por supuesto que la muerte del cuerpo le seguiría a su tiempo, esto causó también que fuera  echado de ese huerto, que Dios había preparado para ellos. Sin embargo esto no quiere decir que Dios se enemistó con la pareja como lo haríamos nosotros. Ya que Dios comenzó a instruirles  adecuadamente, enseñándoles todo lo que tenían que hacer, para alcanzar la reconciliación  con Él. Esto sería por medio del sacrificio de un ser justo (su Hijo), aunque por supuesto tendría que sufrir las consecuencias del pecado y la maldad que estaría en el mundo.

Ahora bien, debido a que  el alma es esa parte intangible de nuestra existencia, muchos la ignoran sin saber que: A parte de ser eterna, ella es la que sufrirá directamente las consecuencias  del pecado. Aunque los haya cometido utilizando el cuerpo. Es muy importante notar que, aunque el matar, robar, fornicar, adulterar etc. Son pecados  que se cometen con el cuerpo,  Dios no lo hace responsable a él sino al alma. Así lo afirma como ya vimos, su palabra en Ezequiel 18.4 que dice: “He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así  el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá” (Refiriéndose a  la muerte segunda).

Aunque  ese versículo no condena, ni insinúa el castigo  para  el cuerpo, también este  moriría, ya que para él la muerte es segura. Y para Dios el cuerpo no es otra cosa que polvo de la tierra; pero sí menciona que morirá el alma, esa parte que compone nuestro ser. Sin embargo se puede  entender, que aún el cuerpo a causa del pecado, y como consecuencia de violar las leyes de Dios y la de las autoridades  puestas por Él; sufrirá en carne propia esos  castigos terrenales, como azotes, cárceles, y a veces hasta la pena de muerte, por esas mismas autoridades.

Por supuesto que  todo eso escapa de la mente de muchos, como también rehúyen en pensar en el hecho, que de no reconciliarse con Dios tendrán que sufrir eternamente en el infierno lugar preparado para Satanás y sus ángeles caídos.

Una esperanza para el alma.                                                                                                                    Sin embargo, junto con la advertencia del castigo, Dios en su amor le dio  una gran esperanza al hombre; el de ser reconciliado por medio de su Hijo Jesucristo, para una vida eterna de paz y gozo. Seguramente no faltará aquel que diga: ¿por qué tengo yo que pagar las consecuencias de la falta que cometieron Adán y Eva? No, de ninguna manera, nadie paga por otro, cada uno pagará  por sus propios errores y pecados. Caín no será culpado por el pecado de su padre Adán, sino por haber matado a Abel su hermano. Aunque sufrió las consecuencias del pecado de Adán no se le imputará el de su padre.

Se puede resumir la anterior explicación diciendo: Que así como Adán y Eva se convirtieron en transgresores, todo aquel que nacería de una pareja de pecadores traerían el estigma, o el germen del pecado en sus vidas. En efecto vemos como rápidamente se manifestó en Caín, el cual  primero se molestó con su hermano, que  no tenía culpa alguna, que a Dios le agradara su ofrenda, más que la de él. Luego descargó su malestar en Abel matándolo. Aunque en ese tiempo no había la prohibición de la ley del  sexto mandamiento “no matarás”, su conciencia lo acusaría de haber hecho algo malo.

Abel por su parte solo cumplió con la enseñanza recibida de su padre de ofrecer un cordero, símbolo de aquel que los redimiría en el futuro. Entendió perfectamente lo que Dios le enseñó a su padre, y al ser trasmitido a ellos acató el mensaje de Dios. Razón  por la cual  su ofrenda le agradó por estar conforme a su plan del sacrificio redentor que había prometido para rescatar al hombre. de manera que Abel actuó por fe y fue justificado, así habla la palabra de él en Hebreos 11.4 que dice: “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella”.

 El  remedio al temor de la muerte.                                                                               La única manera de alejar de nosotros el temor a la muerte es amando a Dios, así lo expresa su palabra en 1 Juan 4.18 diciendo: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor”. No es haciendo buenas obras para ganarnos a Dios, alguna promesa o sacrificio, oración, o ayunos, cosas que de nada ayudan para ahuyentar ese temor. La única cosa que es realmente eficaz es amar a Dios; conociendo de cerca a Jesucristo, obedeciendo y agradándole. Solo al poner toda la confianza en sus promesas y amor hacia Él se echará afuera todo temor.

 Porque con  Dios no se negocia, prometiéndole algo, o haciendo algo a cambio; Él no necesita nada de nosotros, todo lo que tenemos proviene de él.

Al depositar nuestra confianza absoluta en Él, se alcanzará la paz interior del alma, y  el conocimiento; como la firme convicción  que después de esta vida recibiremos la bienvenida en el cielo por Aquel que murió por nosotros. Por medio de esa obra redentora de Jesucristo, donde la muerte viene siendo la puerta de acceso a la gloria que Dios tiene preparado para nosotros. La muerte para el que tiene fe en Dios, ya pierde su fuerza como dice en romanos 15.54 Sorbida es la muerte con victoria.

Alguien podrá argumentar, ¿Por qué si la muerte como elemento de castigo fue vencida    por Jesucristo al resucitar, todavía persiste? Ella queda como una constante advertencia para los vivientes, de las consecuencias del pecado, y que cada día nos acercamos más a ese momento cuando tendremos que presentarnos delante de Dios.

De todos modos, para el creyente, la respuesta a esta pregunta es: Los sufrimientos y el dolor que esta  pueda ocasionar, ya no es de naturaleza penal para el alma, aunque el cuerpo perece como castigo por el pecado. Porque Jesucristo nos perdonó y nos hizo hijos de Dios, así  lo dice en Juan 1.12 “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.

El lamento del que desobedece.                                                                                         Al contrario de lo que realmente representa la muerte para el creyente, para el incrédulo cuando le  llega, sí es de naturaleza penal para su alma, y lo peor de todo es: que ya no hay manera posible para evitar el castigo. Porque se encontrará en un ambiente donde ya no hay regreso. No habrá esperanza alguna de remediar cualquier error que se haya cometido durante la vida en este mundo. Allí no se  contará con alguna de esas llamadas “palancas de amigos”, compadrazgos, conocidos  o un juez corrupto para pactar con él.

El salmista David en el salmo 23.4  nos da una idea de lo confortante que será  para el que ama a Dios, estar en ese más allá y contar con la compañía del Señor al decir: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque TÚ estarás conmigo; TU vara y tu cayado  me infundirán aliento”. Todo lo contrario será, para el que no ama a Dios, ese sitio será lugar de remordimientos y temor, sabiendo lo que le espera, sin tener alguien a su lado que le acompañe y le de ánimo, porque es un valle de sombras y de muerte.

Para el impío, la muerte  es la puerta al castigo eterno del alma. Desde  ese momento ya no tiene posibilidad alguna de tener otra  oportunidad, debido a que su tiempo de buscar  a Dios concluyó al dejar este mundo. Como dijo Dante, el escritor de “la Divina Comedia”, al referirse con su alegoría a la puerta del Infierno, él escribió que al llegar a ese sitio en la  puerta de entrada había un escrito  que decía: “Perded toda esperanza los que por ella entráis”.

Será vano  esperar que alguien que viva en este mundo pueda interceder a favor de su salvación, o como algunos enseñan, que pagando una misa en favor del difunto puede hacer algo por él, o comprando una indulgencia, como lo hacían y enseñaban en el pasado. O como decían: que al sonar las monedas como pago en el fondo del arca, el alma del difunto salía del purgatorio (que de paso no existe). Todos estos son remedios inútiles, promesas huecas sin ningún respaldo bíblico, que algunos líderes religiosos difunden, haciéndole  creer a los simples, que están adoloridos por la pérdida de algún ser querido o de darle una esperanza.

El recibimiento de creyente.                                                                                           Al dejar este mundo, tanto  el cuerpo  del creyente, como el del impío son iguales; considerándolo  por el  normal proceso de su partida de este mundo. Solo se podrá diferenciar por los recursos de la familia del difunto. Sin embargo al cruzar esa barrera y al entrar en esa otra dimensión que nos ha sido velada, hay dos diferentes caminos, como también la forma como el alma es recibida. En efecto, el creyente será recogido por seres  celestiales que le estarán esperando, para llevarlo al paraíso (el antiguo seno de Abraham), el sitio de consolación y reposo, preparado para los que aman a Dios.

En el momento de dejar este mundo el alma se dará cuenta, del gran valor que tuvo el haber buscado  a Jesucristo para ser perdonado de sus pecados para la salvación de su alma. Al traspasar esa frontera entre este mundo y el del más allá, su alma  será recibida por ángeles y llevada donde estará con el Señor y los redimidos de todas las épocas;  hasta ser revestido de un nuevo cuerpo de Gloria.

Así lo enseñó Jesús, en ese único e importante relato donde da a conocer lo que acontece con el alma al separarse del cuerpo después de la muerte. Que se encuentra en Lucas 16.22-23 diciendo: “Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham, y murió también el rico, y fue sepultado. 23 Y en el Hades  alzó sus ojos, estando en tormentos”, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.
Hasta aquí tercera parte,  el próximo tema será: 

La suerte del impío en el más allá.