LA MUERTE Y
EL CREYENTE TERCERA
PARTE
Como está formado el hombre.
El ser humano está compuesto de una Tríada (que es un conjunto de tres
elementos especialmente vinculados entre sí). O sea que estamos compuestos por
un espíritu, un alma y un cuerpo. En la anterior explicación de la muerte
física se mencionó que él fue formado de los elementos de la tierra: “Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en
su nariz aliento de vida, y fue el hombre un alma viviente”. Génesis 2.7.
Analizando este escrito podríamos decir que el polvo es el elemento
representativo del cuerpo humano, el soplo de vida el de su espíritu y con eso
llego a ser un alma viviente.
Al hombre morir, según lo describe la palabra
de Dios, se descompone ese vínculo que lo tiene unido. Luego cada uno de los
tres elementos tienen un destino diferente, según lo revela de la siguiente
manera: El cuerpo como ya hemos visto,
vuelve al polvo (siendo en su mayoría sepultados) de donde fue tomado. Luego
ese aliento de vida, o ese espíritu que Dios sopló en el hombre, vuelve a Dios
que lo dio. Así lo enseña en el libro de Eclesiastés 12.7 que dice: “y el polvo
vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio”.
Lo que queda de esa “tríada” es el alma, la
cual tuvo dos caminos, por el cual
transitar en el tiempo de su peregrinación por este mundo. Uno es el de
la vida que conduce a Dios, “a la ciudad Vida”
y otro el que conduce a la muerte eterna. Así Dios le presentó estos dos
caminos a su pueblo, según lo revela en su palabra, aconsejando por supuesto
que tomara el de la vida. Así lo dice en Deuteronomio 30.15: “Mira, yo he puesto delante de ti
hoy la vida y el bien, la muerte y el mal”.
Tomando en
cuenta este mismo consejo, que Dios le dio al pueblo de Israel en su tiempo, y
para nosotros hoy; Resta de parte de cada uno, por cual camino transitar en
esta vida. Dios llama a la puerta del corazón del hombre, si este le abre y le
invita, vivirá con Él eternamente. Si rechaza la oferta de Dios por medio de
Jesucristo, por buscar otros amparos inútiles tendrá su castigo como dice en
Ezequiel 18.4: ”He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre,
así el alma del hijo es mía; el alma que
pecare, esa morirá”.
En
Apocalipsis 14.11 el Espíritu le revela a Juan como será ese castigo diciendo:
“y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo
de día ni de noche”. El peso de la ira de Dios caerá sobre todos los que amaron más las cosas de este
mundo efímero y perecedero, que la
fuente de gozo y vida eterna que Jesús le podía proporcionar al alma en el
futuro.
El amor de Dios hacia el hombre.
Durante toda su vida, y en cualquiera de esos períodos Dios
siempre le ha ofrecido al hombre un medio de salvación, una esperanza para
restablecer esa relación que fue interrumpida por el pecado; tanto para su alma
como para su cuerpo. No nos detendremos en analizar cómo Dios le habló, o le
ofreció la salvación en otras dispensaciones; solo dedicaremos este tema, al
tiempo en el cual estamos viviendo.
El período
en el cual estamos viviendo es el de la gracia, esta palabra se podría interpretar, como la oportunidad de
ser indultado y reconciliado con Dios. Este indulto no es concedido de una
manera automática, (como vimos en el ejemplo de la analogía de la ciudad vida)
sino a todos los que acuden a Dios buscando justicia y perdón; como dice en Isa 55.1 “A todos los sedientos:
Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed”. Esta
gracia está al alcance de todos con solo creer en el sacrificio de Jesús, y lo
que nos enseña su palabra.
Dios nos
indica cual es el medio con el cual le habla hoy al hombre. En Hebreos 1.1
dice: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a
los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por el Hijo,
a quien constituyó heredero de todo y por quien asimismo hizo el universo”. Por
supuesto que lo que Jesucristo dijo, y lo que nos ha dejado lo encontramos en
la Biblia, que es la palabra y voluntad de Dios para el hombre en los tiempos
actuales.
Un acto de fe, una petición a
Dios.
Como ya se dijo, durante su permanencia en este
mundo, de una u otra manera el hombre es informado, que a parte de su cuerpo
que es tangible, también tiene un alma. Y Dios en su amor, ha provisto con la
muerte de Jesucristo, el medio para salvar su alma con solamente creer y
confesárselo verbalmente a Él.
Así lo
enseña la palabra de Dios en Romanos
10.9-10 que dice:”Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de
entre los muertos, serás salvo, porque con el corazón se cree para justicia,
pero con la boca se confiesa para salvación”. Este es todo lo que Dios requiere
del hombre; ya no tiene que traer un cordero para sacrificarlo, hacer votos o
promesas, afligir su cuerpo, como suelen hacer algunos o hacían en otras épocas. Ahora todo ha
cambiado para nosotros, basta con solo depositar nuestra confianza en
Jesucristo.
Juan 6.35
“Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida;
el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed
jamás”. Apocalipsis 3.20 “He aquí, yo
estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él,
y cenaré con él, y él conmigo”.
Ya No
estamos sujetos a cumplir todo el ritual establecido en la ley, porque
Jesucristo la cumplió por nosotros, y nos libró para siempre de esa maldición,
y de la muerte. Como dice en Deuteronomio 27.26 “Maldito todo aquel que no
permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas”.
Todo el que cree, tendrá un cuerpo de
gloria.
En lo que concierne al
cuerpo, el cual después de un período en este mundo perece con la muerte,
Jesucristo ha provisto de igual manera para resucitarlo de entre los muertos.
Así lo enseñó diciendo en Juan 11.25
“Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí,
aunque esté muerto, vivirá. Como también en Juan 6.40 dice: Y esta es la
voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él,
tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”.
Como se
puede apreciar de la anterior
explicación, no es como algunos piensan que Dios nos puso en este mundo y nos
abandonó. Él ha provisto una restauración completa para todos los que creen en
Él; como también que Él no es un mito, o una leyenda, sino que vive para
cumplir todo lo que ha prometido. Solo requiere del hombre su fe y creer que
realmente existe. Como dice en
Hebreos 11.6 “Pero sin fe es imposible agradar a Dios;
porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es
galardonador de los que le buscan”.
Dios
requiere de nosotros una confianza plena en Él, una fe desinteresada, quiere ser amado por el
hombre, porque somos obra de sus manos y nos ama profundamente a tal punto que
dio su vida por nosotros. Él podría mostrarnos anticipadamente todas las cosas
que tiene preparadas para los que le aman, en esa dimensión desconocida
para nosotros; y seguro estoy que por
nuestra manera de ser, y por el interés, todos
le amarían y creerían en Él. Pero
esa no es la manera como Dios quiere las
cosas; Él quiere que se le ame por lo que él es, por ser nuestro hacedor, y por
lo que hizo para salvarnos.
¿Cómo se
sentiría uno, si alguien estuviera a su lado diciéndole que le ama, pero que
ese amor sería por el interés de su fama, posición, o de sus riquezas? Dios
requiere de nosotros un amor desinteresado, le amamos porque Él nos amó primero
y merece ser amado. Un amor sincero, creyendo firmemente que él existe aún sin verle,
y que es galardonador de los que le
buscan.
Así dice en
1 Corintios 2.9 “Antes bien, como está
escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre,
Son las que Dios ha preparado para los que le aman”. Como también le dijo Jesús a Tomás en Juan
20.29: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron,
y creyeron. Dios no admite que se dude de él, sea por toda la maravillosa
creación que nos circunda, como por ser su obra maestra.
El día de la muerte. La
muerte la debemos aceptar resignadamente, porque sabemos que es algo
ineludible, que ha venido ocurriendo desde los albores de la raza humana; ni la
ciencia con todo su avance la ha podido frenar o combatirla. Sabemos que la
muerte seguirá todavía por un tiempo dominando en esta vida, hasta que tanto
ella como el Hades (que es el reservorio de sus víctimas), sean destruidos por
Dios. Como dice en Apocalipsis 20.14 “Y la muerte y el Hades fueron lanzados al
lago de fuego. Esta es la muerte segunda”.
Mientras
esto no acontezca, hay una ley decretada en la palabra de Dios que no puede ser
abrogada, en Hebreos 9.27 dice: Y de la manera que está establecido para los
hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio. Debido a que esta
ley no puede ser cambiada, solo nos queda conocer algo más de lo que la palabra
de Dios nos revela y lo que acontece
después de la muerte.
El hecho que
nadie ha regresado del más allá, para contar y poder darnos una exacta
información de los misterios que envuelve esa dimensión, es la razón por la
cual muchos tratan de evitar hablar de ella. Evitan abordar el tema, o de
pensar sobre el problema de la muerte y el destino del hombre. Sin embargo,
decir que nadie ha regresado de esa desconocida dimensión, también es una
falacia, porque tenemos relatos de por
lo menos tres, que tuvieron esa experiencia, por la soberana voluntad de Dios
que murieron y luego regresaron a este mundo.
Uno de los
cuales es Jesucristo, el cual ya no puede volver a morir, su regreso es por la eternidad. A pesar de eso, muchos no creen en Él y muy
pocos se interesan y le hacen caso a sus escritos y enseñanzas.
Los otros dos, solo resucitaron por un breve
período de tiempo a este sistema de vida,
por la expresa voluntad de Dios
que son Jonás y Lázaro. Por supuesto que luego volvieron a morir; ellos
hubieran podido contarnos algo de ese lugar, y es probable que lo hicieron,
pero no hay, o no quedaron relatos
escritos, ni testimonios verbales que pudieran informarnos al respeto. De Jonás
la palabra dice:”que desde el Seol (o Hades
que es el lugar de los muertos) él clamó y Dios oyó su voz” (Jonás 2.19) esto denota que estuvo en ese lugar.
Algunos piensan que Jonás se mantuvo vivo en
el vientre del pez, como el famoso personaje “Geppetto del cuento de las
aventuras de Pinocho de C. Collodi”, que vivía en el vientre de un pez. No,
Jonás murió y Dios lo resucitó, y lo
acontecido con él sería usado con el pasar de tiempo por Jesucristo, como un
tipo de su muerte y resurrección. De Lázaro sabemos que su cuerpo estuvo muerto
por cuatro días, seguramente su alma como la de Jonás, aunque no tenemos
información, también estuvo en el Seol. Pero como se dijo no tenemos
información alguna de sus relatos.
Sin embargo, esta es una experiencia que está
reservada para cada viviente de este mundo. Unos primero otros después la
muerte tiene su tiempo para llegar a cada uno. Puede tardar, pero podemos estar
seguros que ella vendrá al tiempo establecido.
La realidad de los que ya se
fueron.
Posiblemente
no nos hemos detenido suficientemente a pensar, que muchos de los que hemos
conocido ya no se encuentran con nosotros, porque ya emprendieron ese viaje al
más allá. ¿Qué es lo que viene a nuestra
mente, desaparecieron para siempre? No, todos ellos están en ese mundo
espiritual donde nos espera a cada uno. La muerte no respeta edad, sexo, rango
o posición económica; le llega al rey, como al plebeyo. Cuando llega nadie
puede negociar con ella.
Haciendo
luego una comparación, con los años que vivieron nuestros primeros padres, que
llegaron a vivir casi mil años: se podría decir que la vida hoy día es corta,
la muerte es una realidad, y la eternidad no termina nunca. Razón por la cual
todo ser humano debería interesarse más
por su alma que es imperecedera, que por su cuerpo que tiene una vida relativamente
corta; aunque no hay que descuidarlo para vivir de una manera saludable y libre
de problemas.
Al llegar a
una cierta edad, los jóvenes comienzan a
soñar, tener grandes esperanzas y ambiciones por lo que la vida les puede
ofrecer. Se comienza trazar metas de estudio, una familia, una casa, un auto, y
nadie piensa o se prepara para el momento de la muerte y el encuentro con
nuestro creador.
No que
debamos prepararnos para ese día o momento específico, en que tenemos que
despedirnos de este mundo, ya que es algo impredecible e inevitable; sino
cuidar lo que concierne al destino del alma que en el preciso momento de la
muerte, se determina de manera automática su destino final.
Seguramente
cuando se hacen planes para el futuro, casi nunca se toma en cuenta nuestra
permanencia en este mundo, como
tampoco se considera el destino del alma
en esos planes. Siendo el tiempo de vida
que tenemos aquí, la oportunidad que se nos concede para buscar la presencia de Aquel que nos dio la vida.
Seguramente el apóstol Santiago viendo como actuaban algunos creyente les
advierte en Santiago 4.13-15 diciendo: “¡Vamos ahora!, los que decís: «Hoy y
mañana iremos a tal ciudad, estaremos allá un año, negociaremos y ganaremos»,
14cuando no sabéis lo que será mañana. Pues ¿qué es vuestra vida?l Ciertamente
es neblina que se aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece. 15En
lugar de lo cual deberíais decir: «Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto
o aquello»”.
Nunca se piensa en la muerte, cosa que normalmente la vemos muy
lejos, aunque ella está siempre en
asecho para llevarnos al momento de tener la oportunidad. Porque no tiene un
parámetro fijo para podernos guiar. Pero aparte de todo lo que se pueda decir,
una cosa es muy segura: que ella sella el destino final del alma.
Al llegar a
ese sitio los creyentes tendremos algunas sorpresas: La primera será que
comprobaremos que solamente hay dos sitios para la humanidad; uno para los
redimidos por la gracia de Dios, y otro
para los que fueron rebelde al llamado divino que amaron más las cosas de este
mundo que al Salvador (nada de ese tercer lugar o purgatorio). La otra sorpresa
será: que al entrar al lugar de los redimidos el paraíso, se podrá ver que muchos de los creíamos de encontrarlos allí
no estaban. Como también la sorpresa de encontrar a muchos de los que pensábamos que estarían,
verlos allí junto con los redimidos en ese lugar. Por último, nos alegramos con
los que lucharon hombro a hombro en este mundo siguiendo a Jesús, como el camino la verdad y la vida.
Para muchos morir es solo el proceso de la vida. Diariamente oímos o leemos lo que
acontece en países como Somalia, en el Cuerno de África,
la India y otras naciones, miles están muriendo cada día de hambre, por guerras
enfermedades, de cólera, en otros sitios por catástrofes, inundaciones,
amenazas de guerra en varios países y todo nos parece como si eso fuera normal.
Como son lugares lejanos, eso no nos impresiona mucho, o solamente nos afecta
en ese momento que recibimos la noticia.
Luego
cuando muere un vecino, un conocido, un
amigo, comenzamos a pensar en eso. Pero ese pesar es solo por unos días, y
volvemos a la rutina, pasando todo al olvido. Donde sí se recibe una mayor
conmoción, es cuando desaparece una madre, padre, hermano, hijo etc. Donde esa
persona querida deja un vacío en nuestro ser; la que vimos y asistimos hasta el
último momento, viendo cómo iba debilitándose, hasta despedirse por completo y
para siempre, de esta vida y de nuestra presencia.
Al ver ese
cuerpo inmóvil que está delante de nosotros, es cuando comenzamos a pensar:
¿qué pasó ahora con él o ella? ¿Dónde está en este momento? ¿Será verdad que su
alma sigue con vida? ¿Podré cuando yo parta, reconocerlo/a, y volverla a ver? ¿Puedo pedirle a Dios que
se apiada de su alma? Estas y otras tantas preguntas o reflexiones llegan a
nuestra mente, de las cuales no tenemos
una aparente respuesta; y todo escapa al razonamiento y a la experiencia.
Sin embargo todas las respuestas a esas preguntas, se encuentran en los relatos
y escritos que Dios le proporcionó al hombre en la Biblia.
Solamente en
ella, se podrán encontrar todas las respuestas y las verdades, a todas estas
incógnitas, porque son los escritos que
Dios les proporcionó a los humanos, para que allí puedan encontrar las
respuestas, para todas las circunstancias de esta vida, como las que nos
esperan en el futuro. Pero siempre estamos tan ocupados, cansado, o abatidos
que no tenemos tiempo para leer el testamento que Dios le dejó a la humanidad.
En algunos
casos, el intenso dolor por la pérdida de un ser querido, trastorna de tal
manera a la persona afectada por esa desaparición, que en el giro de unos meses
llegan a ser en lo físico casi irreconocibles. Conocí una elegante y bella
señora que perdió su joven esposo; el dolor y la desesperación que embargaron
su vida la cambiaron totalmente.
Cuando la
volví a ver después de algunos meses casi no la reconocía por lo demacrada que estaba; y todavía el argumento de su conversación era
la pérdida de su esposo. Acompañando por
supuesto su dolor con la solita pregunta, ¿Por qué me tuvo que pasar esto a mí?
Es difícil
dar una respuesta a esa pregunta, y eso sucede cuando no tenemos claro que
somos como dice la palabra de Dios, igual a la flor del campo. El Salmo 103.15
dice: El hombre, como la hierba son sus días; Florece como la flor del campo,
que pasó el viento por ella, y pereció, y su lugar ya no la conocerá más.
Todo termina, nada es permanente en
el mundo. No solamente el hombre está sujeto al ocaso,
también pasa con todas las cosas. Hacen algunos años como 30 o 40, era un buen
negocio tener un estudio fotográfico, se hacía cola para entregar o recibir las fotos ya
reveladas. ¿Pondría hoy día usted un estudio fotográfico, con todas esas
cámaras digitales que hay en el mercado? Lo mismo con los abastos de víveres,
el pez grande (los supermercados) se han comido los pequeños. Que diremos de
los más famosos imperios; Tenemos la
historia de Asiria, Babilonia, Persia, Egipto, Grecia, Roma. Todos ellos que un día fueron y ya no son.
Y el actual
de este siglo XXI al cual se le atribuye el pseudónimo de imperio,
por la influencia que pretende tener sobre otras naciones; ya está en ese lento pero seguro proceso de
decadencia. Muchos de los que viven hoy día presenciarán su inminente
caída. Nada hay permanente en este mundo, solo Dios permanece para siempre.
Como dijera el sabio Salomón –“todo es vanidad y aflicción de espíritu en esta tierra”.
La entrada y consecuencias del pecado. Lo que se
debería tener siempre presente en nuestra mente es: que la muerte no es el
final de la vida, sino todo lo contrario y podríamos decir que es el verdadero
inicio. Desatender este consejo, evitar de pensar o de instruirnos sobre este
tema, es el error más grande que podamos cometer en nuestra vida terrenal.
Porque la que vivimos es solo pasajera y limitada, pero la espiritual es
eterna.
Ya hemos
visto que la muerte es la consecuencia del pecado como dice en Romanos 5.12 “Por tanto, como el pecado entró en el mundo
por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los
hombres, por cuanto todos pecaron”.
Es evidente
que Adán desobedeció deliberada y
voluntariamente la orden dada por Dios,
de no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. La advertencia era
clara: “Porque ese día moriría”. (Génesis 2.17). Al desobedecer a parte que su
alma murió al momento espiritualmente;
se efectuó un cambio impensado para él, ya que siendo hasta ese momento un súbdito
de Dios, pasó a ser esclavo del pecado y de Satanás. Debido a que demostró, de no ser una persona leal y
obediente a su creador.
Por supuesto a Dios no le quedaba otra cosa, que
ejecutar el castigo prometido. Cuya sentencia la tenemos en Ezequiel 18.4 que dice: “He aquí que todas las almas
son mías; como el alma del padre,
así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá”. Así que, la
muerte es una consecuencia del pecado.
Ya que si no hubiera habido el pecado, tampoco hubiese existido la muerte.
Anteriormente
vimos que existen, muchas teorías y opiniones
sobre la muerte y lo que le espera al alma después de esta. En su
mayoría todas tienen como fin minimizar, ocultar y alejar de la mente humana, la cruda realidad de lo que acontecerá con el alma después de
la muerte. Dependiendo esto por supuesto de la actitud asumida, durante su vida
en este mundo; de haber o no buscado la reconciliación con Dios por medio de
Jesucristo. De todas maneras se exhorta en creer que la única autoridad, y
verdad sobre el destino del alma o lo que acontece después de la muerte
(aunque no en todos sus detalles),
solamente se puede encontrar en la Biblia.
El consejo
más importante que encontramos en ella,
para evitar el castigo es: El de buscar
a Jesucristo como el único mediador que puede reconciliar el alma humana con Dios. Así está
escrito en 1Timoteo 2.5 que dice:
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres,
Jesucristo hombre”. De manera que de nada servirá recurrir a otros mediadores o
santos para reconciliarnos con Él.
Como también
lo dice en 2 Corintios 5.20 “Así que,
somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de
nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”.
La parte
intangible es responsable del pecado. El
alma es, esa parte intangible e imperecedera de nuestro ser; es ese yo, esa
mente que mora en nosotros, que piensa, razona, y está consciente si nuestras
actuaciones son buenas o malas. Es la parte espiritual de nuestro ser, que se relaciona por medio
del cuerpo con todo lo material de este mundo.
Cuando Dios le dijo a Adán que de desobedecer su
mandato moriría, no se refería específicamente a su cuerpo. Esto lo demuestra
el hecho que él murió novecientos treinta años después que cometió la
transgresión. Se trataba de la muerte del alma, de esa comunión que él
disfrutaba con Dios antes de transgredir el mandato que había recibido. El
pecado al momento creó una enemistad entre el creador y la criatura. Fue eso lo
que en ese momento murió.
Por supuesto
que la muerte del cuerpo le seguiría a su tiempo, esto causó también que
fuera echado de ese huerto, que Dios
había preparado para ellos. Sin embargo esto no quiere decir que Dios se
enemistó con la pareja como lo haríamos nosotros. Ya que Dios comenzó a
instruirles adecuadamente, enseñándoles
todo lo que tenían que hacer, para alcanzar la reconciliación con Él. Esto sería por medio del sacrificio
de un ser justo (su Hijo), aunque por supuesto tendría que sufrir las
consecuencias del pecado y la maldad que estaría en el mundo.
Ahora bien,
debido a que el alma es esa parte
intangible de nuestra existencia, muchos la ignoran sin saber que: A parte de
ser eterna, ella es la que sufrirá directamente las consecuencias del pecado. Aunque los haya cometido
utilizando el cuerpo. Es muy importante notar que, aunque el matar, robar,
fornicar, adulterar etc. Son pecados que
se cometen con el cuerpo, Dios no lo
hace responsable a él sino al alma. Así lo afirma como ya vimos, su palabra en
Ezequiel 18.4 que dice: “He aquí que todas las almas son mías; como el alma del
padre, así el alma del hijo es mía; el
alma que pecare, esa morirá” (Refiriéndose a
la muerte segunda).
Aunque ese versículo no condena, ni insinúa el
castigo para el cuerpo, también este moriría, ya que para él la muerte es segura.
Y para Dios el cuerpo no es otra cosa que polvo de la tierra; pero sí menciona
que morirá el alma, esa parte que compone nuestro ser. Sin embargo se
puede entender, que aún el cuerpo a
causa del pecado, y como consecuencia de violar las leyes de Dios y la de las
autoridades puestas por Él; sufrirá en
carne propia esos castigos terrenales,
como azotes, cárceles, y a veces hasta la pena de muerte, por esas mismas
autoridades.
Por supuesto
que todo eso escapa de la mente de
muchos, como también rehúyen en pensar en el hecho, que de no reconciliarse con
Dios tendrán que sufrir eternamente en el infierno lugar preparado para Satanás
y sus ángeles caídos.
Una esperanza para el alma. Sin
embargo, junto con la advertencia del castigo, Dios en su amor le dio una gran esperanza al hombre; el de ser
reconciliado por medio de su Hijo Jesucristo, para una vida eterna de paz y
gozo. Seguramente no faltará aquel que diga: ¿por qué tengo yo que pagar las
consecuencias de la falta que cometieron Adán y Eva? No, de ninguna manera, nadie
paga por otro, cada uno pagará por sus
propios errores y pecados. Caín no será culpado por el pecado de su padre Adán,
sino por haber matado a Abel su hermano. Aunque sufrió las consecuencias del
pecado de Adán no se le imputará el de su padre.
Se puede
resumir la anterior explicación diciendo: Que así como Adán y Eva se
convirtieron en transgresores, todo aquel que nacería de una pareja de
pecadores traerían el estigma, o el germen del pecado en sus vidas. En efecto
vemos como rápidamente se manifestó en Caín, el cual primero se molestó con su hermano, que no tenía culpa alguna, que a Dios le agradara
su ofrenda, más que la de él. Luego descargó su malestar en Abel matándolo.
Aunque en ese tiempo no había la prohibición de la ley del sexto mandamiento “no matarás”, su conciencia
lo acusaría de haber hecho algo malo.
Abel por su
parte solo cumplió con la enseñanza recibida de su padre de ofrecer un cordero,
símbolo de aquel que los redimiría en el futuro. Entendió perfectamente lo que
Dios le enseñó a su padre, y al ser trasmitido a ellos acató el mensaje de
Dios. Razón por la cual su ofrenda le agradó por estar conforme a su
plan del sacrificio redentor que había prometido para rescatar al hombre. de
manera que Abel actuó por fe y fue justificado, así habla la palabra de él en
Hebreos 11.4 que dice: “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio
que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios
testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella”.
El
remedio al temor de la muerte. La única
manera de alejar de nosotros el temor a la muerte es amando a Dios, así lo
expresa su palabra en 1 Juan 4.18 diciendo: “En el amor no hay temor, sino que
el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De
donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor”. No es haciendo buenas
obras para ganarnos a Dios, alguna promesa o sacrificio, oración, o ayunos,
cosas que de nada ayudan para ahuyentar ese temor. La única cosa que es
realmente eficaz es amar a Dios; conociendo de cerca a Jesucristo, obedeciendo
y agradándole. Solo al poner toda la confianza en sus promesas y amor hacia Él
se echará afuera todo temor.
Porque con
Dios no se negocia, prometiéndole algo, o haciendo algo a cambio; Él no
necesita nada de nosotros, todo lo que tenemos proviene de él.
Al depositar
nuestra confianza absoluta en Él, se alcanzará la paz interior del alma, y el conocimiento; como la firme
convicción que después de esta vida
recibiremos la bienvenida en el cielo por Aquel que murió por nosotros. Por
medio de esa obra redentora de Jesucristo, donde la muerte viene siendo la puerta
de acceso a la gloria que Dios tiene preparado para nosotros. La muerte para el
que tiene fe en Dios, ya pierde su fuerza como dice en romanos 15.54 Sorbida es
la muerte con victoria.
Alguien
podrá argumentar, ¿Por qué si la muerte como elemento de castigo fue
vencida por Jesucristo al resucitar,
todavía persiste? Ella queda como una constante advertencia para los vivientes,
de las consecuencias del pecado, y que cada día nos acercamos más a ese momento
cuando tendremos que presentarnos delante de Dios.
De todos
modos, para el creyente, la respuesta a esta pregunta es: Los sufrimientos y el
dolor que esta pueda ocasionar, ya no es
de naturaleza penal para el alma, aunque el cuerpo perece como castigo por el
pecado. Porque Jesucristo nos perdonó y nos hizo hijos de Dios, así lo dice en Juan 1.12 “Mas a todos los que le
recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos
de Dios”.
El lamento del que desobedece. Al contrario
de lo que realmente representa la muerte para el creyente, para el incrédulo cuando
le llega, sí es de naturaleza penal para
su alma, y lo peor de todo es: que ya no hay manera posible para evitar el
castigo. Porque se encontrará en un ambiente donde ya no hay regreso. No habrá
esperanza alguna de remediar cualquier error que se haya cometido durante la
vida en este mundo. Allí no se contará
con alguna de esas llamadas “palancas de amigos”, compadrazgos, conocidos o un juez corrupto para pactar con él.
El salmista
David en el salmo 23.4 nos da una idea
de lo confortante que será para el que
ama a Dios, estar en ese más allá y contar con la compañía del Señor al decir:
“Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque TÚ
estarás conmigo; TU vara y tu cayado me
infundirán aliento”. Todo lo contrario será, para el que no ama a Dios, ese
sitio será lugar de remordimientos y temor, sabiendo lo que le espera, sin
tener alguien a su lado que le acompañe y le de ánimo, porque es un valle de
sombras y de muerte.
Para el
impío, la muerte es la puerta al castigo
eterno del alma. Desde ese momento ya no
tiene posibilidad alguna de tener otra
oportunidad, debido a que su tiempo de buscar a Dios concluyó al dejar este mundo. Como
dijo Dante, el escritor de “la Divina Comedia”, al referirse con su alegoría a
la puerta del Infierno, él escribió que al llegar a ese sitio en la puerta de entrada había un escrito que decía: “Perded toda esperanza los que por
ella entráis”.
Será
vano esperar que alguien que viva en
este mundo pueda interceder a favor de su salvación, o como algunos enseñan,
que pagando una misa en favor del difunto puede hacer algo por él, o comprando
una indulgencia, como lo hacían y enseñaban en el pasado. O como decían: que al
sonar las monedas como pago en el fondo del arca, el alma del difunto salía del
purgatorio (que de paso no existe). Todos estos son remedios inútiles, promesas
huecas sin ningún respaldo bíblico, que algunos líderes religiosos difunden,
haciéndole creer a los simples, que
están adoloridos por la pérdida de algún ser querido o de darle una esperanza.
El
recibimiento de creyente. Al dejar este mundo, tanto el cuerpo
del creyente, como el del impío son iguales; considerándolo por el
normal proceso de su partida de este mundo. Solo se podrá diferenciar
por los recursos de la familia del difunto. Sin embargo al cruzar esa barrera y
al entrar en esa otra dimensión que nos ha sido velada, hay dos diferentes
caminos, como también la forma como el alma es recibida. En efecto, el creyente
será recogido por seres celestiales que
le estarán esperando, para llevarlo al paraíso (el antiguo seno de Abraham), el
sitio de consolación y reposo, preparado para los que aman a Dios.
En el
momento de dejar este mundo el alma se dará cuenta, del gran valor que tuvo el
haber buscado a Jesucristo para ser
perdonado de sus pecados para la salvación de su alma. Al traspasar esa
frontera entre este mundo y el del más allá, su alma será recibida por ángeles y llevada donde
estará con el Señor y los redimidos de todas las épocas; hasta ser revestido de un nuevo cuerpo de
Gloria.
Así lo
enseñó Jesús, en ese único e importante relato donde da a conocer lo que
acontece con el alma al separarse del cuerpo después de la muerte. Que se
encuentra en Lucas 16.22-23 diciendo: “Aconteció que murió el mendigo, y fue
llevado por los ángeles al seno de Abraham, y murió también el rico, y fue
sepultado. 23 Y en el Hades alzó sus
ojos, estando en tormentos”, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.
Hasta aquí
tercera parte, el próximo tema será:
La suerte del impío en el más allá.