jueves, 25 de septiembre de 2014

LA MUERTE Y EL CREYENTE 4 PARTE FINAL

La suerte del impío en el más allá.
Como se puede apreciar del anterior relato acerca del rico y Lázaro, que  desde el momento de abandonar este cuerpo y esta vida, hay un trato diferente para el alma,  sea para las que son de Dios, como para las que no son de él. Ya que al morir el rico solo menciona que  fue sepultado, y que  se encontró en el Hades, que es la antesala del Juicio. Estando allí  su alma adquiere un pleno conocimiento de su situación; es importante notar que para  él no hubo recibimiento alguno de parte de los ángeles de Dios. En ese momento de su existencia se da cuenta de su situación y comienza su aflicción, al estar consciente de no haber hecho caso a las cosa de Dios; mientras tuvo la oportunidad de buscar la salvación que ofrece Jesucristo cuando se tiene la oportunidad en esta vida.

O de las veces que por medio de algún conocido, le llegó  un mensaje, o algún tratado que contenía el plan de salvación que Jesucristo le ofrecía al ser humano.  Ahora se lamenta  por no haberle hecho caso, ni de haberse preocupado siquiera de leer o investigar sobre el tema de lo que le acontecería al alma después de la muerte. Aun habiendo tenido en sus manos esa Biblia que le regalaron o compró, que contenía los consejos de Dios para salvar su alma de la muerte al  encontrar a Jesucristo.

Estando ahora en ese sitio, recuerda los acontecimientos de su vida como en una película. Cuando su esposa, esposo o algún creyente iban a la iglesia para oír la palabra de Dios, él consideraba esas actitudes como fanatismos religiosos, o una pérdida de tiempo. No podía entender, como hombres y mujeres podían creer en esas cosas espirituales, tales como salvación del alma, paraíso, infierno etc.

Hasta tomaba en broma la advertencia que Jesucristo era el único camino para la salvación de su alma. Y siempre ponía una excusa, cuando lo  invitaban para oír la palabra de Dios, alegando estar ocupado, o que no tenía tiempo. En ese sitio tendrá suficiente tiempo para meditar en ese irreversible error.
Igual a los futuros yernos de Lot, cuando éste les advirtió del peligro  de la destrucción de la ciudad de Sodoma en Génesis 19.14 que dice: Lot salió para hablar con sus futuros yernos, es decir, con los prometidos de sus hijas y les dijo ¡Apúrense! ¡Abandonen la ciudad, porque el Señor está por destruirla! Pero ellos creían que Lot estaba bromeando. Pues  por no haberles hecho caso a esa advertencia, no pasarían ni doce horas cuando perecieron en ese juicio que vino sobre la ciudad de Sodoma y  ambos se encontraron en el Hades lamentándose eternamente por no  haber creído  en las palabras de Lot.
Después de la muerte, cuando el cuerpo yace sepultado, inerte y descompuesto en la tierra,  es cuando nos daremos cuenta, que la esencia de esa vida terrenal que tuvimos, solo consistía en el alma. La cual después de la muerte sigue con vida,  y esta  utilizaba y dirigía el  cuerpo; y ahora al estar separado de él, el alma está enfrentando la realidad de sus  hechos tanto de los positivos, como de sus errores. 
Lo que la palabra enseña del más allá.
A este punto algunos podrán pensar, que todo lo expuesto, y leído  en los párrafos anteriores es pura fantasía de la mente humana, o del que explica este tema. Pues  no,  todo lo expuesto está respaldado por la Palabra de Dios. En efecto en Lucas 16.19-31 Jesucristo dio a conocer la situación de lo que acontece con el alma después de la muerte.  Cosa  que no le había sido revelado al hombre  hasta ese momento.

Solo Él podía enseñar, dar a conocer y describir con detalles por medio de esa historia las condiciones del alma después de la muerte. Se podría con toda certeza decir: que ese relato,  es “el corazón del tema del más allá”. En el cual se nos enseña que en ese sitio hay solamente dos grupos, y dos lugares, para todas las almas de este mundo; con un destino diferente para cada uno.

Solo restaría por preguntarnos si con ese escrito, Dios le dio una certera enseñanza a la humanidad; sobre los dos destinos del alma en el más allá. Si  no nos hubiese avisado con ese ilustrativo relato; de que no hay un tercer lugar ni una segunda oportunidad al dejar este mundo, estaríamos todos con esa duda sobre el destino del alma.   

Es conveniente  aclarar, antes de leer el siguiente pasaje bíblico, que algunos intérpretes con el fin de ocultar  la cruda realidad de este relato, dicen que esta es una parábola. La cual, de ser así como ellos dicen solamente tendría un fin didáctico, que por analogía o semejanza se puede obtener una somera enseñanza del tema,  concerniente al más allá de la vida de este mundo después de la muerte. 
 Estos argumentos son para suavizar una indiscutible realidad, que solamente Jesús que conocía el más allá, podía revelar con el fin de que supiéramos algo más de esa dimensión, y lo que le espera a todos los humanos grandes y pequeños en sus rangos.
 Al respeto se dirá que la siguiente narración no es una parábola, sino un hecho que hay que considerarlo como real, ya que en ningunas de sus parábolas Jesús utilizó nombres propios, de seres que realmente existieron como Abraham y Lázaro. También al leer, hay que tener presente que los cuerpos de los tres que se nombran en el relato; al  momento que Jesús narra la historia, estaban muertos y sepultados en sus respetivas tumbas. Lo que Jesús quiere enseñar con esto es: Lo que realmente acontece con el alma después de dejar este mundo; que se crea o no, no cambia en absoluto lo que él enseñó.  
   
La historia del rico y Lázaro en  Lucas 16.19-31:
La enseñanza que Jesús nos dejo dice lo siguiente:  Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas, y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas. Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá. Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento. Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. Él entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, (esto se refiere a lo que ellos escribieron) tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos.

Si consideramos que el anterior relato es una enseñanza del Señor, que nos dejó como una información real de lo que aconteció con esos tres hombres el ese sitio del más allá; cada individuo debería pensar muy bien en qué lado va a estar su alma después de partir de este mundo. En ese relato bíblico, el Señor enseña muchos aspectos  de lo que acontecerá después de la muerte.
En efecto  vimos, para nuestra enseñanza, que unos estaban en un lugar de consuelo, mientras el otro estaba en un sitio de tormento y sin esperanza de una segunda oportunidad. También enseña que no hay manera alguna de pasar de un lado para el otro; ni la posibilidad de regresar a este mundo desde ese sitio. Luego en  la forma como se vieron, conversaron, y recordaron cosas; nos da a entender que la vida, conciencia y sentidos, continuaban en ellos, aun sin poseer el cuerpo que dejaron en esta tierra.
Seguramente alguien que lee el anterior pasaje bíblico, como una lectura común y corriente, sin meditar o reflexionar en su contenido; es  muy posible que al leer como ellos  se comunican entre sí, se hablan, se ven y reconocen; escape de su mente que estos protagonistas que Jesús utilizó,  es ese relato son incorpóreos. Son sus almas que tuvieron esa conversación, se vieron y recordaron; Ya que sus cuerpos están en sus respetivas tumbas en esta tierra. Surge entonces la pregunta: ¿con que ojos veían, con que boca ellos podían comunicarse o hablar, con qué cerebro podían pensar y recordar cosas, si sus cuerpos  y miembros, no estaban con ellos sino en sus sepulcros?
La respuesta es, que todos los miembros de nuestro maravilloso cuerpo están dirigidos y controlados por el alma, aunque se nos dificulte en darnos cuenta de eso; por cuanto creemos que el cuerpo lo es todo y lo hace todo. En cambio y como enseña el relato, cuando el alma se desprende de él, tiene aún mejores sentidos y facultades de los que tenía estando en el cuerpo. Dios al crear al hombre le puso límites a las facultades que le concedió al hombre.
 Como un ejemplo de esa amplitud se puede notar, en  los siguientes detalles: Si ellos estaban separados de una gran sima o abismo, ¿cómo podía el rico reconocer a Lázaro y Abraham a esa distancia? Por la otra facultad que explica al decir “vio de lejos” y “dando voces”, estos son términos que dan a entender que la distancia en esa dimensión es relativa al igual que el tiempo.

 La oportunidad del hombre de buscar y hallar a Dios, como ya se ha mencionado, la tiene solamente durante el tiempo que se le concede de vida en este mundo. Después  de ese período ya no hay más oportunidad. Bien lo dijo el profeta en Isaías capítulo 55.6  al decir: Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Porque al partir de este mundo no hay más posibilidad de buscarle; en justicia solamente le será  asignado  el lugar que él escogió durante su permanencia en esta tierra; el cual será por toda la eternidad.

El creyente frente a su partida de este mundo.
Debido a que Dios ha puesto en todos ser viviente un instinto de conservación de la vida, se puede entender y es normal, que en lo que podamos protegemos nuestro cuerpo de todo peligro. Sin embargo para el creyente el morir no debería ser motivo o causa de pavor. Aunque sabemos que muchos de los hombres de Dios desde tiempos antiguos aunque tenían claro lo que le aguardaba al dejar este mundo, le tenían un respetuoso temor al incógnito.

 La palabra de Dios nos dice que el mismo Jesús al saber que había llegado la hora, que  iba a ser entregado en manos de pecadores, para cargar con el pecado de la humanidad, y luego ser abandonado por su Padre, tuvo un reverente temor. En el libro a los Hebreos 5.7 comenta esa situación de la  siguiente manera: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos  y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente”. No había manera de evadir la misión por la cual él mismo se había ofrecido, dejando su trono de gloria por amor de nosotros. Pero  en esa situación como humano le clama al Padre aun sabiendo que no había otro medio; el cual le oyó, resucitándole de entre los muertos.

Sin embargo la palabra nos da la seguridad de lo que le espera al creyente. En Apocalipsis 14.13 dice: “Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen”.

Dos tipos de Creyentes.
Aunque el que cree y confía en Jesucristo,  sepa lo que le espera después de la muerte, siempre hay  un cierto temor cuando se trata de partir hacia lo desconocido. Aun estando consciente que es mejor estar con el Señor, el cual nos ha librado del temor de la muerte eterna; siempre hay una cierta reserva hacia lo incógnito. Solamente el que ha madurado espiritualmente como el apóstol Pablo puede decir como él dijo en Filipenses 1.22-24:”Pero si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger: De ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo,  lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros”.

Se podría concluir diciendo que la mejor posición de un creyente equilibrado es: la de no temerle, y verla como la línea que separa la vida presente, de la verdadera y eterna del porvenir. Estar persuadido, y vigilante sabiendo que la salvación es segura y nadie se la puede quitar. A tal punto que se pueda estar convencido que esta vida terrenal no tiene tanto valor, como la venidera.
Sin embargo en ningún momento se debe desear la muerte, ya que el peregrinar por este mundo se puede  catalogar la “universidad de la vida”. Y necesitamos vivirla para  aprender mucho más que podamos, hasta que nos graduemos y seamos llamados por el Señor, para comenzar una vida nueva y eterna.                                                                       
El perfecto conocimiento del Justo. 
Para el creyente la tumba ya no es un camino sin salida, o el fin de todo como algunos  maestros religiosos enseñan a sus feligreses. Con el propósito de alejar de sus mentes el castigo que le espera a los incrédulos, y ateos, como a los desobediente a los mandatos de Dios. Esas enseñanzas le permitirá vivir una vida despreocupada, sin pensar en  el juicio que le espera a los que no buscan el camino de Dios para la vida, que es Jesucristo.

 Para el Justo es el camino, que desde un conocimiento limitado  de las cosas, va hacia esa luz de la perfección como dice en  Proverbios  4.18  “Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, Que va en aumento hasta que el día es perfecto”. Hasta que se llegue a esa meta donde se aclararán todas las incógnitas.

Al cruzar esa barrera acontecerá lo que dijo el apóstol Pablo, que podremos lograr ver  las cosas de una manera más clara y no como por un espejo en la obscuridad.  Así lo describió el apóstol  en 1Corintios 13.12  “Ahora vemos como por un espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido”. Al alcanzar el alma esa meta se completa el conocimiento, llegando a la perfección total.  

La meta del justo: ser como Cristo.
Otro aspecto importante, adquiridos por el hombre con la caída de Adán, ha sido lo que  el mismo Dios afirmó después de ese acto de desobediencia; al decir en Génesis 3.22: “Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre”. Con esto Dios reveló la naturaleza de ese cambio que se efectuó en el ser humano. No se trata ahora de analizar si eso en sí era algo malo, o bueno, sino las consecuencias que  eso le acarrearía, al no estar suficientemente preparado para vencer lo malo y al diablo su autor.                                                                                                                                            
Posiblemente  esa frase para algunos no tiene mucha relevancia, pero sí es de gran importancia, ya que pone al hombre a un nivel superior al de los ángeles (de los que no se involucraron en la rebelión en contra de Dios), como se explicará a continuación.
 Pero antes de seguir es conveniente aclarar, aunque no es parte del tema, cual es el significado de la frase “He aquí el hombre es como uno de nosotros”. ¿Se habrán preguntado a quien se estaba dirigiendo Dios, o a quien se refería al decir: “como uno de nosotros”? ¿Qué explicación se le puede dar, que no sea que nuestro Dios es trino? Pues sí,  nosotros creemos en Dios el Padre, su hijo Jesucristo, y el Espíritu Santo. Hay  quienes niegan la trinidad, y se burlan diciendo que nosotros creemos en un Dios de tres cabezas.

Regresando al tema de esa frase, para poder entender plenamente su significado, basta pensar por un momento, cuál era la condición del hombre antes de pecar; en sustancia era igual al que es ahora, un ser con espíritu, alma y cuerpo, pero vivía en un estado de inocencia. No sabía que existía una fuerza contraria que luchaba  en contra de  su creador; que ese mal se llamaba pecado, cuyo origen estuvo en un ser creado llamado Satanás.

El cual, siendo el más perfecto, hermoso e inteligente de los ángeles, con un grupo de ellos, conspiraron  en contra de Dios constituyéndose en su enemigo. Así lo describe en Ezequiel 28.16 que dice:“A causa de tu intenso trato comercial, te llenaste de iniquidad y pecaste, por lo cual yo te eché del monte de Dios y te arrojé de entre las piedras del fuego, querubín protector. 17 Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por tierra, y delante de los reyes te pondré por espectáculo”.
El hombre desconocía que esa serpiente, en la cual se había transformado Satanás era enemigo de Dios y por supuesto del hombre. Pues sí, él  se había  levantado  en contra de aquel que le dio vida, el cual por querer ser igual a Dios, se levantó en su contra, arrastrando así a una tercera parte de los ángeles.

Cuando Adán y Eva fueron creados y estaban en el huerto, desconocían toda esa situación, no sabían nada de lo que había acontecido, y de la lucha que se  estaba desarrollando  en el cielo; ellos vivían en un estado de  inocencia ajenos a todos esos acontecimientos. Debido a esa lucha que se había establecido, al declararse Satanás enemigo de Dios, su objetivo era intentar destruir todos sus planes. Al ver la nueva creación del hombre como de su mujer;  a los cuales se les había dotado de un cuerpo, (cosa que ellos no le fue dado) Satanás se la ingenió para que desobedecieran el mandato divino engañando a la pareja, con el fin de enemistarlos con Dios.

Fue así que, con el poder que tenía y tiene todavía de transformarse, tomó la inofensiva forma de una serpiente que hablaba y aconsejaba a la mujer para inducirla a desobedecer lo ordenado por Dios. No sabemos cuánto tiempo empleó en esa tarea, para que la mujer pudiera entrar en confianza con él; ya que el tiempo era lo menos que le importaba, a fin de lograr su cometido. Lo importante era que quebrantaran la orden dada por Dios, e inducirle a que hicieran lo que él deseaba, con el fin de esclavizarlos y ponerlos a su servicio. Algunos podrán objetar eso de la serpiente que hablaba con la mujer, pues él puede mucho más que eso. En 2 Corintios 11.14  dice: “Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz”.

Debido a que muy a menudo se oye decir, ¿Por qué Dios permitió que el diablo hiciera eso o porque no lo eliminó de una sola vez? Para poder entender mejor la situación entre Dios, y Satanás con sus ángeles, se explicará de la siguiente manera: Tomando como ejemplo  la situación de un conflicto actual, que existe entre dos naciones asimétricas, en cuando a poder; las cuales tienen una guerra desde hace trece  años y no han podido todavía concluir ese conflicto; entre Estados Unidos y Afganistán. Un relato (Tomado de Internet) dice:  

 En el  2001 los Estados Unidos, ayudados por una coalición internacional, como reacción a los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, y respondiendo a una política de persecución del grupo Al Quaeda en la región por parte del gobierno estadounidense, derribaron al gobierno talibán, autorizando a través del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas la creación de una fuerza internacional para ayudar al régimen del Presidente de Afganistán  Hamid Karzai.

A pesar de esa asimetría existente entre esas dos naciones,  no han conseguido estabilizar el país, que se encuentra inmerso en continuo derramamiento de sangre y  una guerra constante.

Ahora viene la pregunta: ¿Será que a la nación más poderosa de esta tierra en armamento, junto con su coalición de naciones les faltarán  medios, o poder bélico,  para poner de rodilla y volver esa nación a la edad de la piedra? Estamos seguros que no; pero hay cosas que no se pueden hacer solamente aplicando la fuerza, aun teniendo  todo el poder y autoridad disponible. Hay  otros factores a considerar como el derecho a la defensa y a la vida. 

Pues hay muchos hoy día que dicen: ¿Por qué Dios no destruyó a Satanás desde un principio, porque deja que todavía actúe en este mundo? La respuesta podría ser: Dios representa la perfección, la Justicia, el amor, y la paciencia. Él no se complace con la muerte o destrucción del pecador, pero de ningún modo tendrá por inocente al malvado Éxodo 34:7.
Todo lo que Dios hace, y la manera como lo ejecuta, siempre está dentro del marco de la justicia Divina. Recordando siempre que fue Dios quien le dio a Satanás el poder que él ostenta; y con ese poder y sabiduría que Dios le dio es que se le opone a sus planes. Basta con leer lo que se le reveló a Daniel cuando le fue enviado un mensaje con el ángel,  para darse cuenta de esa lucha asimétrica entre Dios y Satanás como ese príncipe de Persia.

 En  Daniel  10.13 que dice: “Pero durante veintiún días el espíritu del príncipe del reino de Persia me impidió el paso. Entonces vino a ayudarme Miguel, uno de los arcángeles, y lo dejé allí con los príncipes del reino de Persia. NTV Esto no da la idea que aunque Dios había permitido que el ángel de Jehová diera una respuesta a Daniel, Satanás bajo el seudónimo del príncipe del reino de Persia con sus argumentaciones se le opuso por veintiún días. 
  
Dios aún de lo malo le saca provecho.   
Aunque la transgresión de la primera pareja causó, que tanto ellos, como toda la raza humana  se enemistara  con Dios, Él en su misericordia la rescataría de la esclavitud del pecado y de las manos de Satanás; enviando a su hijo Jesús como el Salvador. Esa desobediencia hizo que el hombre adquiriera una  mayor comprensión de la situación, y a estar más acorde con la realidad que los rodeaba. El mismo Dios lo afirmó al decir: He aquí el hombre es Como uno de nosotros“; ya que habían adquirido el conocimiento del bien y del mal.

Aunque el pecado los había degradados y separados de Dios, por cuanto esa transgresión estableció una separación entre lo Santo y lo profano; en lo que concierne a  esa facultad de poder discernir, desde ese momento habían adquirido un  conocimiento que antes no tenían. Claro que esa desobediencia les traería graves consecuencias, como la separación entre ellos y su creador, la pérdida de esa  comunión que disfrutaban, y la permanencia en ese huerto que habían compartido desde que  fueron creados. Pero lo maravilloso de todo eso fue, que Dios no abandonó la pareja y al momento les dio la promesa de un Salvador.

De ésta manera se puede decir que, así como la caída de Adán hizo separación entre Dios y el hombre; trayendo el pecado, la muerte y la miseria a este mundo;  Jesucristo derribó esa pared intermedia de separación. Todo lo que aconteció le ha servido al hombre, por medio del Espíritu de Dios tener un  conocimiento más profundo de él, de lo que puedan tener los ángeles (los que no pecaron). Cosa que se manifestará el día del advenimiento de la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

El mismo Jesús confirma esa similitud entre el creyente y su Creador al declararlo  en esa oración sacerdotal dirigida al Padre en Juan 17.22-23 diciendo: “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. 23  Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.
No pienso que sea difícil poder entender las palabras y el significado de esa unidad, gloria y amor que Jesús le manifiesta al Padre, de que somos una sola cosa con Él. Solo  debido a ese sacrificio efectuado por Jesús, se pudo obtener esa íntima relación entre el hombre y su creador. Definitivamente  la vida del hombre llegó a fusionarse con Jesús y  estar más cerca de Dios, de lo que estaba antes de su caída.
Resumen del medio salvador

Así como Dios les imputó un castigo a Satanás y sus ángeles que pecaron, también el hombre tenía que sufrir el castigo por su desobediencia, con la muerte eterna de su alma. Con la diferencia que para el hombre implicaba también la muerte física;  por poseer un cuerpo que los ángeles no tenían.

Sin embargo Dios en su gran amor y soberana voluntad, quiso socorrer al hombre concediéndole una oportunidad;  proporcionándole la promesa de un Salvador, a Jesucristo. El cual moriría para rescatar los pecados de la humanidad. De  manera que todo aquel que creería en su muerte y resurrección  salvaría su alma de la condenación eterna. 

Aunque el hombre por medio de esa fe en Jesús, sería justificado y reconciliado con Dios. Esto no lo libraría de la muerte de su cuerpo, que es algo que está establecido para todos los hombres hasta que la muerte  sea destruida.

Debemos tener siempre  presente,  que esta oportunidad de ser rescatados  fue un acto de misericordia de Dios hacia el hombre.  Cosa que en su soberanía no se la concedió a los ángeles que siguieron a Satanás  en esa rebelión, como ya vimos por lo que dice en Hebreos 2.16.
Con este acto de misericordia hacia el hombre, se establecería  una relación más íntima con su creador, y a la vez superior a los ángeles. Ellos según nos revela la palabra de Dios, observan en nosotros los acontecimientos de esta vida, las consecuencias del pecado, como también la fe y la esperanza plena, que depositamos en Dios. Aún sin haberle visto le amamos y hemos depositado nuestra confianza en Él. Así lo revela en 1Pedro 1.12 al decir: “cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles”.

Ellos  por supuesto no tienen la experiencia que tenemos nosotros (refiriéndonos a los ángeles que no pecaron). En  efecto el apóstol Pablo en 1Corintios 4.9 dice: Porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres.

Como el creyente debería ver la muerte.
De la misma manera como Pablo veía esta vida, es como el creyente debería verla. Él estaba  en la cárcel, le pesaban los años, y sentía que se acercaba el día de dejar este mundo, pero no dejaba de aconsejar a su “hijo Timoteo” de cómo tenía que considerar esta vida, con respeto a la venidera. Poniéndose como ejemplo, de cómo comportarse, como  servir con alegría, darse por entero a Aquel que nos amó, y seguir adelante aun sufriendo las injusticias que esta vida puedan ocasionar.

Es así que tanto para él como para nosotros, la muerte tendría que haber perdido todo su poder, y cada creyente bebería  considerarla, solo como las consecuencias de una disciplina a la cual debemos de estar sometidos hasta el día de nuestra redención.

De tal manera que lo maravilloso de todo esto es: que por los méritos de Jesucristo, el beneficio no solamente alcanzó el alma que llegó a ser una sola cosa con Dios; sino hasta para el cuerpo, el cual será transformado igual al de la gloria de Jesucristo, cuando se levantó gloriosamente de entre los muertos con un cuerpo glorificado. Así lo afirma su palabra en Filipenses 3.21 que dice: El cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea  semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.

La condición del  hombre para que pueda estar completo solamente será,  cuando esté como Dios lo hizo al principio, espíritu alma y cuerpo y en plena comunión con Él. De manera que, aunque el alma sin el cuerpo sigue viviendo, por ser eterna, estaría incompleta sin el cuerpo. Es  por eso que Jesucristo revestirá a los que creen en Él con uno aún más glorioso. Como dice en Juan 6.40  “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”.

Por otra parte aunque la muerte trae beneficios para el creyente, siempre tiene que ser considerada como un enemigo del hombre. Ya que es portador de profundo dolor para el ser humano, con  separaciones  violentas, causadas por enfermedades, delincuencias, guerras, catástrofes, y accidentes tanto de adultos como de niños. Cosa que el Dios eterno nunca hubiera consentido, de no ser por aplicarla como el justo castigo por el pecado. 

David describió ese lugar donde se encontrará el alma después de separarse del cuerpo, como “un valle de sombras de muerte”. Jesús estando frente a la tumba de Lázaro que había muerto, viendo el dolor que embargaba a los presentes conmoviéndose, él también lloró. El  apóstol Pablo lo describe como un enemigo que será destruido. En 1 Corintios 15.26  dice: “Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte”.

Luego en  Apocalipsis (20.14) Juan nos revela cuál será su destino final, y como será destruida al decir: “la Muerte y el Hades serán lanzados en el lago de fuego”. Como podemos ver es un enemigo del hombre. Sin embargo debido a que Jesucristo pagó el precio nos ha librado de sus garras, teniendo poder sobre ella.

En 2 Corintios 5 el apóstol da una idea de cómo él preferiría  que se efectuara ese cambio en su vida, (de ser eso posible). Que ese pase  de esta  vida a la otra fuera en un abrir y cerrar de ojos; Y no ese proceso normal que es lo que le espera después que este cuerpo perece. Dando a entender que aceptaría con más agrado el hecho de ser revestido de una vez, y librarse, o evadir ese proceso normal de ser como él dice, “desnudados”, (refiriéndose al alma que deja el cuerpo)  y estar separados de él, para que luego de un tiempo ser revestidos nuevamente.

Él hubiera  Preferido  ser transformado en un abrir y cerrar de ojos como él lo describe en 1 Corintios 15.52  “en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados”. Eso era lo que el apóstol anhelaba, en lugar de morir y luego de un tiempo ser revestido nuevamente de un cuerpo.

Como también  detalla la gran diferencia, entre lo que somos ahora y seremos luego, comparándolo con la analogía, de este cuerpo como una casa; con el edificio el cual nos espera al resucitar (con un cuerpo glorificado). Cosa que lo impulsa a partir de este mundo para estar con el Señor. Dando a entender con esto, que aunque la muerte es un enemigo del hombre, mucho más será el gozo que le proporcionará al alma al estar con el Señor.

Él lo expone  en 1Corintios 5.1-10 de la siguiente manera: “Sabemos que si nuestra morada terrestre,  este tabernáculo, se deshace, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha por manos, eterna, en los cielos.  Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial,  pues así seremos hallados vestidos y no desnudos.  Asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia, pues no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida.  Pero el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado el Espíritu como garantía.  Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor  (porque por fe andamos, no por vista).  Pero estamos confiados, y más aún queremos estar ausentes del cuerpo y presentes al Señor.  Por tanto, procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables,  porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo”.

Un lugar de consolación y reposo para el creyente.  
Un ejemplo de lo que significa estar en el más allá con el Señor, y  compararlo  con el vivir en este mundo, lo podemos comprender del relato que se encuentra en 1 de Samuel 28. Esa historia nos narra, el momento cuando Dios se apartó de Saúl, rey de Israel; debido a que él no obedeció el mandato específico que Dios le dio en su totalidad, de destruir a Amalec, el enemigo del pueblo de Israel. Saúl Cumplió el mandato de una manera parcial, razón por la cual Dios lo rechazó como rey de su pueblo.

Después  de la muerte del profeta Samuel, Saúl no contaba ni con la guía de Dios, que no le respondía por haberse apartado de él, ni con la del profeta que ya no estaba. De esta  manera se encontró sin tener a quien consultar, para la conducción del pueblo de Israel.

 Un día cuando supo que el ejército filisteo se estaba preparando, para atacar a Israel, desesperado por no saber qué hacer, ocultamente recurre a una adivina que vivía en Endor. Al llegar al sitio le dice a la mujer que le haga venir a Samuel. La mujer  no sabiendo que era el rey le dice: Tú  sabes cómo Saúl ha eliminado a los adivinos de esta tierra y ha  prohibido eso. Pero él le juró que no la delataría. Cuando la mujer invoca para llamar a Samuel, ella se asustó y lanzó un grito, porque vio que alguien se presentaba realmente cosa que seguramente no había acontecido anteriormente ni estaba acostumbrada a ver. Descubriendo  así que el que estaba allí  era el Rey Saúl.

En ese episodio, ciertamente fue Dios que tuvo misericordia de Saúl y permitió que Samuel se presentara, regresando del más allá para hablar con el Rey, y no por las facultades de la adivina, la cual  se asustó toda.  Todo este  relato de Saúl y del profeta Samuel, que le fue permitido regresar del más allá por un breve momento, es con el fin de enfatizar las primeras palabras que Samuel pronunció cuando se dirige al rey, que fueron las siguientes: ¿Porque me has inquietado haciéndome venir? Parece ser que el profeta cambió su actitud hacia Saúl, ya que estando en vida lo amaba mucho.

 Esas palabras denotan como una reprensión hacia Saúl, a pesar que en el tiempo que él vivía, lo amaba y lloraba por él  pidiéndole a Dios que no continuara rechazándole. A tal punto que un día fue reprendido por él, por esa persistencia, para que no siguiera pidiéndole más por Saúl. Esto se encuentra en 1Samuel 16.1 donde Dios le dijo a Samuel: ¿Hasta cuándo  llorarás a Saúl, habiéndolo yo desechado para que no reine sobre Israel? De esto podemos darnos una idea de cómo él quería estando en vida ayudar a Saúl.
 Pero ahora cuando el rey Saúl está en esa angustia, Samuel que tiene conocimiento de la situación y lo que acontecería en ese batalla, en lugar de dirigirse a él con palabras de aliento para aliviar su angustia; se dirige a él duramente por haberlo hecho regresar a esta vida aunque sea por esos pocos minutos que pudo durar esa conversación diciéndole: ¿Porque me has inquietado haciéndome venir

Tanta sería la paz el gozo que estaba disfrutando, que esos pocos minutos fueron considerados una molestia de parte de Saúl. Al que estando en vida lo había presentado delante de Dios en oración, e intercedido a tal punto por él que recibió una reprensión. Samuel se estaría gozando en la presencia de su Salvador, y los patriarcas cuando recibió la orden de acudir y hablar con Saúl.

Bien dijo el rey David en el  Salmo 84.10  “Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, Que habitar en las moradas de maldad” (este mundo). Tal sería la  consolación y paz que Samuel disfrutaba  en ese sitio, que  pudo pensar: “Saúl no aprende, ahora me hace perder un tiempo preciosos en la compañía de Dios y sus redimidos; haciéndome venir, realmente me ha inquietado”.
La muerte para el impío
Es importante puntualizar que para los que no han tenido un encuentro con Jesús en su juventud, al llegar a una edad avanzada cerca del fin de su vida en  este planeta; se encuentran desorientados y sin haber comprendido adecuadamente lo que signifique para el ser humano tener que abandonar este mundo. Algunos  se encuentran en condiciones físicas tales, que ya no pueden saber con claridad lo que está por acontecer en su vida, ni la  importancia de ese acontecimiento y el significado  de enfrentarse a esa nueva vida, después de haber dejado su cuerpo en esta tierra.

La  palabra de Dios, siempre aconsejando al hombre por su propio bien, le advierte de buscarle en el momento más oportuno de su vida para acudir a él. En  el libro de Eclesiastés 12.1: lo aconseja diciendo: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que  vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento. Esto quiere decir que llega un momento en la vida cuando ya no le importa nada de lo que pueda acontecer, como decir; ni le va ni le viene. Esto se debe a que se pierde el interés por las  emociones y las cosas de esta vida, y ya nada le proporciona alegría. Sin tener conciencia que, de esta vida sin sabor para él, pasa a otra de sufrimiento eterno.

Esta es la consecuencia de  no haber tomado en cuenta para nada, que Dios en el transcurso de los años en varias oportunidades le presentó el mensaje de salvación por medio de un amigo, un pariente, un esposo o esposa, sin darle la menor importancia. Si accedió en acompañar a su cónyuge o amigo a la iglesia para oír el mensaje de la palabra de Dios, fue más por complacer a la persona que lo invitó, que por la necesidad de conocer de Dios y el camino de la salvación.

La parte más lamentable  de todo esto es: que al llegar ese momento crítico de su vida, ignore completamente, que al llegar el día de abandonar este mundo; de una situación donde nada le satisface en esta vida, pasará a otra de sufrimiento eterno. Todo esto por el solo hecho de haber desperdiciado el tiempo que se le permitió vivir;  y no haberlo aprovechado en el tiempo  oportuno para  buscar a Dios;  en el cual podía hallar al Salvador de su alma. Así como el rico en el Hades, en el  relato de Lucas 16. Donde trata sin éxito, de regresar a este mundo “para avisar a sus hermanos”.

Como también habrá otros, que se encuentran padeciendo alguna enfermedad, hasta llegar a desear la muerte, para dejar de sufrir. Desconociendo, que de no haber asegurado su alma con Jesucristo como su Salvador; lo que le espera en el más allá, será  como cruzar la línea de una frontera, de malestares y sufrimientos; para enfrentarse  al Juez de todas las almas. Sin tener en ese encuentro algo positivo que acredite su salvación.

Cuando alguien  se encuentra en ese momento tan crucial, al estar cerca para cruzar esa línea que  divide este mundo físico, de lo desconocido e intangible;  lo único que trata de hacer, es aferrarse a esta vida,  sin la mínima preocupación de lo que le espera en el más allá si no ha buscado refugio en Jesucristo.

Falsas expectativas  para el futuro.
No es la intención de poner las cosas trágicas  en esta exposición, pero tampoco se quiere dar falsas expectativas como lo hacen en  otros credos, que enseñan la existencia de una segunda oportunidad  de salvación  después de la muerte. Tales como,  la aniquilación o el sueño del alma; comparándolo a ese momento cuando dormirnos que  perdemos toda noción de nuestra existencia, hasta despertar.

 Utilizando esa experiencia que tenemos diariamente  al dormir comparándola con la muerte, alegando  que al morir  no habrá más razón ni conocimiento de nuestra pasada existencia. Dando luego una posible oportunidad  de resurrección si su alma está en la mente de Dios, por haber obrado de manera adecuada en esta vida. Esta teoría  no se encuentra en ninguna enseñanza bíblica, ya que la salvación no es por las obras que uno pueda hacer.

Otros prometen un purgatorio, otros la reencarnación el nirvana Etc. Nos  preguntamos, si estos maestros de las escrituras no han leído la enseñanza dada por Jesucristo en Lucas 16 del rico y Lázaro, y lo que allí enseña de la situación del alma después de la muerte.
 El propósito de este estudio no es el de presentar una religión en particular, ya que ninguna religión salva el alma del hombre sino Jesucristo. Lo que nos mueve es, el de dar a conocer las verdades que la palabra de Dios enseña; las cuales son evidentes en este estudio por las muchas citas bíblicas que acompañan esta exposición. Y cuya verdad central para la salvación del alma es acudir a Jesucristo, como  dice 1 Timoteo 2.5 “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”.

El creyente frente a la muerte.
Para el cristiano verdadero el escenario referente a la muerte tiene que ser diferente. Así como no tiene que desearla, tampoco le debe infundir temor alguno, más bien la debe considerar como el último peldaño de la vida, para ese encuentro glorioso, que le permitirá conocer cara a cara a su Redentor. A aquel que por su gran amor dio su vida  por nosotros, y al dar su vida nos libró de la condenación eterna. A  ese Jesús que es la esencia de nuestra vida, que en repetidas  ocasiones acudimos  en oración al Padre en su nombre.

Dios nos ha elevado a tal punto que hemos llegado a ser hijos de Él.  La  palabra nos declara herederos de Dios, y coherederos con Cristo poniéndonos así  al mismo nivel de su Hijo, para ser una sola cosa con Él. Así lo afirma su palabra en 1 Juan 3.2 que dice: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”. Luego en Romanos  8.17dice: “Y si hijos, también herederos; herederos  de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que  juntamente con él seamos glorificados.”

Es cierto que el pecado nos degradó, y nos esclavizó, mas Cristo nos rescató y nos elevó  hasta los cielos. Como  dice en Efesios 2.6 “y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”.
Un balance de la situación de la vida.

Así que ahora ya no nos espera un huerto, como aquel en que estuvieron nuestros primeros padres, sino toda la creación y los mismos cielos estarán a nuestro alcance como herederos. Adán y Eva estaban ausentes de lo que había sucedido en el cielo, no sabían lo que estaba aconteciendo debido a su inocencia, pero nosotros conoceremos todas  las cosas en sus mínimos detalles.

Ellos únicamente conversaban en el huerto con Dios  pero sin poderle  ver, mas nosotros estaremos  con Jesucristo que  nos hizo ciudadanos de los cielos y conoceremos el universo en su plenitud. 1 Corintios 13.12 lo dice: “Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido”.  Luego  en Filipenses 3.20 Agrega: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo.

Algunas veces cuando se conversa con un creyente que ha perdido algún familiar, se nota que aun siendo un hijo de Dios, le tiene cierto  temor a la muerte y solo posee  en sus mentes ideas muy vagas, de las condiciones de los muertos en el más allá. El creyente tiene que descansar en su Salvador y amarle, ya que a Dios no le agrada que tengamos  temor. En 1 Juan  4.18 lo dice, “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor”.

Seguramente no faltarán algunos creyentes, que se encuentran muy cómodos en la vida de este mundo, saben que son salvos por la gracia de Dios, y viven normalmente sin mucho interés en la vida espiritual. Van a la iglesia los domingos, se comportan de una manera intachable a los ojos de los que les rodean;  el futuro no los inquieta para nada y buscan afanosamente su bienestar entre las cosas efímeras de este mundo.

Es difícil que en ellos se despierte ese sentido de servicio, hacia aquellos que no conocen  todavía la gracia de Dios, ni de la vida que les espera en esa otra dimensión. A veces  a ellos mismos se les dificulta entender lo que dijo el sabio Salomón: que en esta vida todo es vanidad y aflicción de espíritu.
Cuando Dios nota que algunos de sus hijos actúan de esa manera, alumbrados solo por las cosas terrenales, él permite con algunas  pruebas y problemas de corregir esas actitudes que no están acorde con la vida de un creyente cuyo  norte  tiene que ser Dios. No se quiere decir, que preocuparse por el bienestar de uno y de su  familia sea malo; sino que el creyente debe mantener en todo tiempo un equilibrio entre su vida cotidiana y la espiritual. Esto es, con el fin de evitar el estar tan apegados a esta vida pasajera, y andar solamente detrás del bienestar transitorio.
A veces estas aflicciones que Dios permite, pueden venir por medio de debilidades por parte del esposo o de la esposa, o permitirlas por un hijo o una hija rebelde, o con alguna de esas enfermedades que no se curan fácilmente. Con  el fin de que acuda a Dios para pedir ayuda, y darse cuenta que esta vida solo ofrece aflicciones de espíritu. A veces estas aflicciones, y amarguras despiertan nuestra fe, de manera  que anhelemos más lo que Dios tiene preparado para los que le aman; que lo que esta vida les pueda ofrecer.               

El tiempo de nuestra vida es de Dios.
Cuando meditamos pensando en algunos de nuestros conocidos o familiares que le llegó la hora de su muerte en plena juventud, y que no pudieron realizar las metas que tenían  planificadas, nos damos cuenta que la muerte es inclemente, que no se compadece de nadie. Siempre debemos pensar que Dios tiene un tiempo para todo. Hasta para Jesús hubo un tiempo y aunque murió joven, él terminó la obra que se le había  encomendado; así lo dijo en  Juan 17.4 “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese”.

Mientras Jesús sabía que su misión estaba por cumplirse, en la mente de sus discípulos residían  ideas  y pensamientos muy distintos a la realidad; para ellos las expectativas del ministerio de Jesús eran muy diferentes. Estas son las mismas actitudes y pensamientos vagos, que  tienen algunos creyentes hoy día, de las cosas de esta vida y de las que nos esperan en el futuro.

Los que seguían a Jesús, estaban seguros que él todavía no había ni siquiera iniciado su misión liberadora, porque esperaban el momento cuando Jesús se levantara para derrotar al Imperio Romano, y estableciera su Reino en Israel. Tanto eran así sus ideas y pensamientos, que la madre de Santiago y Juan, ya tenía en su mente el lugar donde quería que estuviesen sus hijos, en ese nuevo reinado. En  Mateo 20.21 se le acercó para pedirle algo a Jesús. Y Él le dijo: “¿Qué quieres? Ella le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda”. No sabía ni se imaginaba, el tiempo que tendría que transcurrir para la llegada de su reinado.

Solamente Dios conoce nuestra misión en este mundo, como también el propósito por el cual fuimos llamados,  en nuestros contados días. Nosotros aunque debemos cuidar este cuerpo, en ningún momento debemos tratar de agarrarnos a la vida más de lo que Dios ha establecido, (aunque no podríamos) ni tratar de quitárnosla antes del tiempo porque no nos gobernamos a nosotros mismo; somos ovejas de Su prado, y dependemos de Dios nuestro creador.

Hay algunos que evitan hablar del tema de la muerte como si fuera algo pavoroso, mientras es saludable hablar de ella de una manera normal, para poder estar claros sobre lo que inevitablemente nos espera en el futuro.  Donde todas las cosas realizadas, como las que se retenían muy importantes, de repente, dejarán de serlo quedando solo un efímero recuerdo. Solo después de llegar a esa nueva morada, nos daremos  cuenta de la realidad de las cosas, de las que realmente son en esa nueva dimensión.

Allí algunos se darán cuenta que de todo el tiempo que tuvieron  a su disposición para servir al Señor, en muchas ocasiones manifestaban de no poder hacerlo, ni poder asistir con normalidad a los servicios de la iglesia, imposibilitados a causa, del trabajo, del estudio, de cuidar al bebé, el transporte, y otros pretextos, los cuales desvanecían cuando se trataba de algún asunto de interés personal. 

Posiblemente nunca se tomó un tiempo para meditar y pensar, que Dios conocía todos y cada uno de sus más íntimos pensamientos, como las intenciones del corazón; y las evasivas que anteponía a los anuncios del siervo de Dios para el servicio de la obra. No se daban cuenta, o nunca  entendieron el verdadero significado de la morada de Dios en el creyente;  del Espíritu Santo que vino a morar en sus vidas desde el día de haber creído. Razón por la cual el Espíritu escudriñaba todas, sus  intenciones, obras, pensamientos, y movimientos. A llegar a la presencia de Dios,  se avergonzarán de todas esas evasivas, actitudes  y  pretextos. No imaginaban que su mente y pensamientos, eran para Dios como un libro abierto, conociéndolo absolutamente todo.    
Ahora cada uno se dará  cuenta del valor de los consejos, las enseñanzas de las predicaciones que el siervo de Dios daba desde el pulpito; de los cuales, siempre habían considerado que eran pensamientos del predicador. Mientras eran palabras y consejos guiados por el Espíritu de Dios utilizando su boca y voz. Ni hablar de los estudios  bíblicos,  los servicios de oración, de los cuales nunca se interesaron  en asistir, ni la meditación personal y estudio de la palabra de Dios. Pero si se sabían el salmo 23 de memoria.
Muchos se encontrarán en ese día sin muchas obras a su favor, al presentarse delante de Aquel que lo dio todo para salvarlo; estarán avergonzados ya que sus obras no pasaron la prueba del fuego, solo tendrán la salvación, porque esa no dependía de lo que ellos podían hacer o hicieron, ya que ella es un don de Dios por creer en su Hijo Jesucristo.
Así lo describe el apóstol Pablo en 1 Corintios 3.12-16 Si alguien edifica sobre este fundamento con oro, plata y piedras preciosas, o con madera, heno y hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta, porque el día la pondrá al descubierto, pues por el fuego será revelada. La obra de cada uno, sea la que sea, el fuego la probará. Si permanece la obra de alguno que sobreedificó, él recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quema, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego. ¿Acaso no sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios está en vosotros”? Y se podría agregar: ¿Y sois vigilados celosamente por Él?

Dos cuerpos de gloria, el celestial y el terrenal
Se comenzará diciendo que cada creyente, tiene que tener claro en su mente, de qué manera Dios efectuará ese acto de  revestir el alma con un nuevo cuerpo de gloria; que comúnmente se conoce como la resurrección. Teniendo presente lo que el apóstol Pablo nos enseña en 1 Corintios 15.40 que dice: “Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es  la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales”.
 Tengamos  presente, que el apóstol Pablo cuando dice que hay cuerpos terrenales, en ningún momento se está refiriendo al actual cuerpo de pecado. Sino  a ese cuerpo que tendrán  todos los que participarán de la primera resurrección, y  reinarán con Cristo durante el milenio; para luego heredar esa nueva creación, de cielo y tierra nueva. Como Israel, y las naciones que se salvaron durante el  milenio.

Mientras los cuerpos celestiales  pertenecen a aquellos creyentes cuya morada es el cielo; de los cuales habla en Efesios 2.6 que dice: Y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”. Los cuales por ser  ciudadanos del cielo tendrán cuerpos celestiales. Y los herederos de la tierra tendrán cuerpos terrenales;  por supuesto que  serán cuerpos glorificados no sujetos a la muerte ni al pecado.

Una aclaratoria sobre una supuesta igualdad.
Debido a lo que el apóstol explica en ese capítulo 15, de Corintios el cual dedica  a la resurrección, es opinión del escribiente, como está también bien definido en la palabra, que habrán dos tipos de cuerpos de resurrección, con los cuales  serán revestidos los redimidos después de la muerte. Unos  como se dijo tendrán esos cuerpos celestiales y otros  los terrenales. No se disertará en este estudio para quienes será  el uno, u el otro, por pertenecer este argumento al estudio de la resurrección. Como también, que esas asignaciones solo pertenecen al supremo y justo Juez Jesucristo; de hacerlo nosotros estaríamos  tratando de  penetrar en esas cosa que solo Dios conoce, y no han llegado a pensamiento de hombre.    

Pero sí se quiere mencionar, que algunos discrepan de este pensamiento, de que hay  dos tipos de cuerpos para los escogidos; de los cuales  para algunos serán celestiales,  y para otros terrenales. Como se dijo algunos no comparten  esta teoría,  por no estar de acuerdo con la manera de ellos pensar; ya que ellos asumen, que todos los que creen en Jesucristo son  iguales delante de Dios.

Según ese pensamiento todos tendrán la misma participación e igualdad en las cosas celestiales, que Jesús tiene preparadas para los que le aman. Apoyando esa teoría, con lo que la palabra afirma  que Dios no hace acepción de personas, que todos los que creen en Él son sus hijos, que todos formamos parte de la esposa y del cuerpo de Cristo etc.

Por supuesto que todas las cosas expuestas en el  anterior párrafo  son ciertas, el problema está en que no se toma en cuenta, ni se hace diferencia alguna, entre la salvación que es por gracia, por ser un don de Dios, sin que esté  involucrado ningún mérito humano. Y  lo que concierne a las obras que son algo muy diferente, y son tomadas muy en cuenta por  Dios, para premiar a  los que se esfuerzan en el trabajo de su obra en esta tierra.
Está muy claro  que la salvación es una sola y eso no tiene discusión; y sabemos que  ella no tiene grados, ya que  no hay unos que sean más salvos que otros, ni menos salvos. Debido a que no es por obras y por supuesto que es igual para todos. Mientras para el obrar Dios tiene contemplado una recompensa proporcional para ese trabajo.

Al no diferenciar el concepto de salvación,  de la otra parte no menos importante, que son las obras; es seguramente lo que da lugar para que algunos piensen que para Dios el obrar es algo no muy  relevante, dando lugar a que fácilmente se pueda pensar en la existencia de esa  supuesta igualdad.

 Sin embargo la palabra nos da a entender que aparte de ser dos cosas muy bien definidas y separadas entre sí, las obras  tendrán su recompensa en el tribunal de Cristo.  En Romanos 4.4 explica  de una manera muy clara lo que se acaba de exponer al decir: “Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, (como lo es la  salvación) sino como deuda”.  De manera que el Señor al venir pagará esa deuda a cada uno conforme a la obra de cada cual; así está escrito en Apocalipsis 22.12 que dice: He aquí  yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra.

Entonces ¿en qué consiste esa supuesta similitud?  En justicia no se puede esperar que el día que todos estemos en ese tribunal de Cristo, exista esa supuesta igualdad; claramente el Señor otorgará como leímos esos galardones según su justo juicio por las obras que cada creyente  haya acumulado en su vida.  Entonces sí hay que admitir, que hay diferencia entre unos y otros; entre los que obraron abundantemente y los que tan solamente se conformaron con ser salvos. 
  
Por lo que nos revela el siguiente versículo entre los muchos algunos no tendrán  obra alguna con valor espiritual, como está muy bien definido en 1 Corintios  3.15 que dice: “Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego”.  Para los que creen  en esa supuesta igualdad, ¿qué pensarán o como interpretarán, esa pérdida que algunos sufrirán? ¿Acaso  no da eso la idea que  la salvación y las obras son  dos cosas completamente diferentes?  Luego para que algunos no piensen que eso afecta la salvación, la palabra  muy sabiamente lo aclara, diciendo  que será salvo aún sin ellas,  ya que no  es por obras sino  por gracia.   
   
Los que piensan en esa supuesta igualdad, no  toman en cuenta para nada, la recompensa que cada uno recibirá en el tribunal de Cristo, o cuando Él venga. La cual será proporcional, a la obra efectuada por cada uno  en este mundo. Mientras que  la salvación sí es igual para todos, no habiendo diferencia alguna entre unos y otros, ya que ser salvos, es sinónimo de  ser rescatados eternamente de las garras satánicas, y de no ser por obras.

Resumen.
 Si a ver  vamos  en toda la creación existe  una jerarquía,  no se entiende porque no puede haberla en  el grupo de los creyentes. Hasta en  la misma trinidad, que es el único Dios,  siendo una sola  cosa, el mismo Jesús dijo: el Padre es mayor que yo. Luego si analizamos el  cielo,  que podríamos llamar “la familia de Dios”, allí también hay  grados tales como: arcángeles, ángeles, Serafines, Querubines, ancianos etc. Así que no tiene  nada de extraño que entre los escogidos existan diferentes  categorías.
 Por ejemplo no es lo mismo ser un ferviente y ejemplar creyente esforzado en la obra de Dios, que un israelita, el cual aun siendo un escogido, todavía no ha creído en Jesús y su obra redentora. Como tampoco podrá ser lo mismo para esos israelitas que murieron en el desierto por desconfiar y tentar muchas veces a Dios; que los que les fueron  fieles, como Moisés, Aarón, Josué y Caleb, entre otros, los cuales  confiaron plenamente en Dios. En  justicia, aun viéndolo  desde un punto de vista humano  tiene que haber una diferencia que solo el justo juez podrá determinar.                                                                  
 El cuerpo de resurrección y su contextura.
Como vimos anteriormente que los muertos en Cristo resucitarán, sea cual fuere, el cuerpo de resurrección que Cristo le tiene  a todo aquel que cree en Él; nosotros tenemos que estar claros, que este nuevo cuerpo no tiene relación alguna, con el que tenemos actualmente; ya que será mucho más excelente por ser celestial. Ni tiene semejanza a  las varias  resurrecciones habidas  en el pasado, como la del hijo de la viuda en el tiempo de Elías,  en 1Reyes 17.22, ni la de Lázaro por Jesús en Juan 11.44, ni la de Tabita por Pedro en Hechos 9.40. Las cuales fueron temporales, permitidas por Dios tanto para  demostrar, Su poder sobre la muerte, como el poder de la oración de fe.  

Ya que luego todos ellos volvieron al  morir, para cumplir  con el destino que al cuerpo le ha sido previamente asignado, de  regresar al polvo de la tierra. Estando las  almas de los que creen  en espera de ser revestidas de ese cuerpo final y eterno. La resurrección que le espera al creyente será  permanente.    De eso habló Jesús muy claramente en Juan 11.25-26 diciendo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.

En 1 tesalonicenses 4.15-18 nos dice como esta se efectuará:Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. El Señor mismo, con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo. Entonces, los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras”.

Según se nos explica este acto de resurrección, se efectuará en dos etapas, primero será para los que ya  están muertos cuyas almas están con el Señor; Luego para los que estén todavía en vida en ese momento, ya que el apóstol dice que “no precederemos a los que durmieron;” enseñando que  a continuación  se efectuará la transformación de los que están todavía en vida,  los cuales subirán  en las nubes para recibir al Señor en el aire.

Ahora bien, si los que murieron y están con el Señor y vienen con él, con un cuerpo ya glorificado  e inmortal, ya que ellos resucitarán primero, no se explica cómo algunos puedan pensar que en ese momento, se abran esas tumbas de los cementerios y  tanto el polvo como  los huesos de esos cuerpos descompuestos, vuelen hacia donde está el Señor para que con esos elementos revista las almas que vienen con Él.  Para  que luego los que vivan se unan a ellos y sean transformados.

 ¿Algo absurdo verdad? Los que así piensan menosprecian el poder creador de Dios y su  dominio sobre  la materia; por pensar que Él use esos restos humanos  para revestir de un cuerpo glorificado celestial  las almas de sus redimidos. Bien, lamentablemente  eso es lo que está en la mente de muchos creyentes, esa apertura de sepulcros y el ascender de esos cuerpos que están en ellos. Olvidan que nuestros cuerpos forman parte de esta tierra que Dios maldijo a causa del pecado en Génesis 3.17.

Pensar que Dios necesita los elementos descompuestos de esos cadáveres es menospreciar su poder creador. Él es el creador de la materia y si seremos como Él es, como dice en Filipenses 3.21: “El cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea  semejante al cuerpo de la gloria suya” (De Jesús). ¿A quién se le puede ocurrir, o siquiera pensar que el cuerpo de resurrección el cual viene del cielo por ser celestial; esté compuesto de los elementos de esta tierra cuando sabemos que el de Jesucristo descendió del cielo?

Además  de todo esto el apóstol Pablo en Romanos 6.5 confirma la inutilidad de este cuerpo para Dios, ya que es solo materia. Y como se dijo, lo más precioso de nuestra existencia es el alma;  y  sabemos que Jesucristo se sometió al sufrimiento para salvar,  las que fueron escogidas antes de la fundación del mundo.

Es así refiriéndose al cuerpo el apóstol en el 6.5, 6 dice: “Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”. Ese término “destruido” significa que no será absolutamente utilizado nuevamente por Dios; ni como cuerpo, ni como la materia que lo compone. El cuidado del cuerpo al fallecer.

Este argumento del entierro del cuerpo del difunto es otro tema que es necesario abordar. Para que cada creyente, pueda entender bien el papel que tendrá la materia de nuestro cuerpo al momento de  la resurrección.

Lo que se debe tener presente, es que lo que se haga con el cuerpo de un difunto, en línea general solo tiene importancia para el familiar, y el afecto que le tenía al fallecido. Ya que para Dios  lo que tiene valor del  hombre, no es el cuerpo que es materia de esta tierra, sino su alma y espíritu. A menudo la decisión que se tiene que tomar referente al cuerpo del extinto, sea motivo de preocupación para algunos familiares y creyentes, cuando se menciona la cremación.

Por supuesto que se deben respetar las  actitudes ideas y sentimientos de los familiares  en cuanto a las decisiones que puedan tomar con dichos  cuerpos. Hay  los que pudiendo los sepultan, con muchos detalles personales y tumbas excelentes. Otros con más disponibilidad, hasta conservan esos  cuerpos en  sitios donde son congelados con nitrógeno líquido a menos de 192 grados centígrados bajo cero, “esperando el día de la resurrección”. Aunque todos esos cuidados se consideran inútiles, se tiene mucho respeto a esas voluntades; sean para  las de conservaciones  cuidadosa de esos cuerpos, como también para los que deciden de incinerarlos.

 Ya  que, como se dijo anteriormente, eso no reviste importancia para Dios. Porque de otra manera ¿qué pasaría con esos creyentes cuyos cuerpos fueron quemados en las hogueras, comidos por leones y fieras, o destruidos por artefactos explosivos? ¿Acaso no serán revestidos  de un cuerpo de gloria semejante al de Jesús? Solo  sabemos  que seremos revestidos de un cuerpo completamente nuevo, diferente del actual, glorificado, incorruptible y eterno.

El cual no tendrá relación alguna con esta tierra, la cual será  destruida con fuego; como dice en 2 Pedro 3.10 “que la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas”. Ni de los elementos de los antiguos cuerpos que yacen en sus tumbas. El mismo Señor dijo en Marcos 2.21  Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo.

 De manera que Dios hará todo nuevamente,  así lo afirma su palabra en Apocalipsis  21.5 “Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí,  yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas”. Pienso que esto sea suficiente, para que podamos entender que nuestros cuerpos que forman parte de este mundo de pecado; permanecerán para siempre en los lugares donde fueron puestos. Porque esta tierra luego de ser quemada huirá de la presencia de Dios hacia el infinito, para siempre como dice en Apocalipsis 20.11 “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos”.

De  manera que olvidémonos de estos cuerpos de pecado y su utilidad en la resurrección. Ellos pertenecen a  este mundo y permanecerán en él para siempre. Nosotros seremos revestidos de un cuerpo celestial como lo afirma  en Filipenses 3.21 diciendo: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya. (De Jesucristo)


 Aggeo Palumbi, noviembre de 2013. Revisado 09/2014
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